Sus columnas reflejaban la belleza de su prosa y su enorme cultura
Sentía veneración por Pérez de Ayala y una vinculación muy especial con Oviedo
Hubo un tiempo en el que los periódicos acogían la mejor literatura en sus «volanderas páginas», por utilizar la expresión de Azorín. Hubo un tiempo en el que no sólo los grandes literatos escribían en los diarios, sino que además tenían una importante presencia los ‘escritores de periódico’ que, muy de vez en cuando, publicaban libros, o que alternaban con profusión ambas cosas, tal y como hizo el irrepetible Francisco Umbral. Sin duda, nuestro personaje fue uno de ellos.
Les hablo de Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’, (1928-2006), que nació en Oviedo, hijo de periodista. Estudió Derecho y, más tarde, Periodismo. Inició su trayectoria en el diario ‘ABC’ en 1956. Sería precisamente en ese rotativo en el que empezó a utilizar el seudónimo de ‘Cándido’, en homenaje al personaje volteriano. Malos tiempos, a decir verdad, para reivindicar al autor de ‘Cándido’, lo que, sin duda, da mayor mérito a Carlos Luis Álvarez.
Un escritor y periodista cuya trayectoria se desarrolló en su mayor parte fuera de nuestra tierra. Sin embargo, no sólo tuvo siempre muy presentes sus orígenes, sino que además sintió a lo largo de su vida una vinculación muy especial con la ciudad que le vio nacer.
Cuando fue demolida la plaza del Fontán, ‘Cándido’ escribió un artículo memorable en la ‘Tercera de ABC’, donde, además de recordar su infancia, manifestaba un dolor muy profundo por lo que las piquetas arrancaron de cuajo. Recordando lo que dejó escrito Rilke acerca de que «mi patria es mi infancia», aquella especie de necrológica a Oviedo y a su niñez es un artículo antológico que forma parte de la inmortalidad literaria de Oviedo.
Y, siguiendo con sus raíces asturianas, a ‘Cándido’ se le puede aplicar perfectamente aquello que escribió Alarcos sobre Ángel González, y que tiene mucho que ver con la ironía que nos define: «Una mezcla de humor irónico, de melancolía, de sobriedad expresiva, de natural profundidad y poco colorido». Lo que apuntó el catedrático acerca del poeta de la Generación de los 50 es perfectamente extrapolable a ‘Cándido’, que, por cierto, sentía veneración por Pérez de Ayala.
‘Cándido’ fue un gran periodista en tiempos difíciles. Su libro ‘Memorias prohibidas’ da cuenta de ello. Tiempos difíciles que le llevaron a hacer de ‘negro’ literario, escribiendo veinte biografías de santos asesinados en la guerra civil. Por lo visto, le dieron sólo un mes de plazo para tal encargo, lo que le obligó a inventarse personajes. El libro lo firmaría –miren por dónde– el entonces abad del Valle de los Caídos, Justo Pérez de Urbel.
Lo que destaca en las columnas de ‘Cándido’ es la belleza de su prosa, su enorme cultura, así como la sutileza e ironía de sus textos, que hicieron de salvoconductos ante la brocha gorda de la censura.
Uno de sus coetáneos, que fue también un auténtico maestro del columnismo, Eduardo Haro Tecglen, escribió esto que sigue acerca de Cándido: «Es uno de esos periodistas que estaban por encima de los periódicos, lo cual no es muy afortunado para hacer dinero ni casi para sobrevivir. Derrocha, incluso, cultura».
El primer texto que leí de Cándido fue en el extinto diario ‘Pueblo’, auténtico vivero de los grandes periodistas de los inicios de la transición. Era una columna pequeña, en primera página, allí se veían primores de lo que apunté más arriba: de la ironía y la sutileza.
Cincuenta años de labor periodística, en la dictadura y en la transición, sin haber hecho jamás concesiones a la estridencia. Obtuvo los premios prestigiosos del periodismo español, entre ellos el González Ruano y el Luca de Tena.
Si en la dictadura tuvo que sortear los obstáculos propios de la época, tampoco se puede decir que durante la transición no hubiese tenido sus problemas. Junto a otro conocido periodista asturiano, junto a José Luis Balbín, fue uno de los primeros desencantados con el primer Gobierno de Felipe González. De hecho, sólo estuvo cuatro meses en el cargo de jefe de gabinete de Relaciones Externas de TVE, de allí se fue dimitiendo y no siendo cesado.
Recuerdo su última aparición pública en el acto en el que se le concedió la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil. Con una convicción plena, dijo muy tajantemente que, para él, el trabajo no había sido nunca una maldición bíblica.
Hombre culto, irónico, fino analista de la vida pública, que siempre analizó el presente con la distancia necesaria. Pues bien, uno de los mejores columnistas del siglo XX nació en Oviedo, fue ‘ayalino’ hasta el final y el artículo en el que dijo adiós a El Fontán contribuyó no poco a la gloria literaria de Oviedo.