Lo mejor del partido estuvo, sin duda, en los preámbulos, en la fiesta del oviedismo, con sus cánticos, en la fiesta del oviedismo con las pancartas desplegadas de esas peñas que, pase lo que pase, siempre estarán ahí y que saben que nuestras glorias están intactas, por mucho que haya situaciones como la presente que, desde luego, no invitan a la euforia.
Como apenas había aficionados del Sporting, no se vivió el ambiente típico de los derbis, si bien en la afición del Oviedo se sabía y se sentía que no era un partido más, algo que también asumieron los jugadores.
Por otra parte, la emoción estuvo en la incertidumbre del resultado hasta que el árbitro pitó el final del partido. Digo en el resultado, que no en el juego, pues las imprecisiones por parte y parte fueron la tónica predominante del encuentro.
A nosotros, nos faltó Berjón, mientras que el Sporting no pudo contar con Manu García. Y el Oviedo, una vez más, jugó con inseguridad. De poco sirve que Lolo corte muchos balones si falla en las entregas. De poco sirve irse por velocidad del rival en muchas jugadas, si, a la hora decisiva, no se acierta con el pase, o el compañero con el que se puede contar no fue capaz de desmarcarse. Y, por otro lado, seguimos fallando en las jugadas de estrategia; una prueba inequívoca de ello fue el lanzamiento final de falta cerca del área rival, pues el lanzamiento de Tejera fue a las manos de Mariño. Ahí sí que echó de menos a Berjón. Ahí sí que nos apoderó la nostalgia de no contar con jugadores como Susaeta, incluso como Aarón, al que tanto se denostó en su última etapa en el Oviedo.
Acaso el exceso de prudencia haya causado que apenas tuvimos la iniciativa del juego. Pero, bien pensado, no se trata exactamente de arriesgar, sino de darle serenidad al partido, sin perder la ambición. No nos engañemos. Fue un partido gris. Ninguno de los dos equipos demostró calidad en su fútbol, ni siquiera sentido de la oportunidad, pragmatismo.
Con todo, el empate, no nos hunde moralmente, y nos lleva a seguir armándonos de paciencia a la espera de que este equipo explote, saque lo mejor de sí mismo.
Un derbi no suele destacar por el preciosismo ni tampoco por la calidad, pero sí cabía esperar más entusiasmo, más ambición, mayor descaro. Cuando se supo que Ibra iba a saltar al terreno de juego, se produjo uno de los escasísimos momentos de entusiasmo que vivió la afición azul. Lo dicho: la alegría tuvo lugar en los prolegómenos del encuentro, en los que incluso, muy tímida y fugazmente, lució el sol.