Cada año por estas fechas me hago la misma pregunta. ¿Acaso hay un periodo de tregua para el público consumidor entre las compras que hace para sus regalos de Reyes y los días o tardes del primer mes del año en los que va de tienda en tienda en busca de prendas que están de rebaja? Sí, siempre se habló de la cuesta de enero, lo que no tengo claro es que ello, con las rebajas como reclamo, suponga que se frenen los gastos de las gentes.
Lo cierto es que, tan pronto se abre el periodo de rebajas, por ejemplo, aquí en Oviedo, las oleadas de gente por las calles más comerciales se hacen notar, por mucho que ciertos hábitos de consumo estén cambiando, por mucho que el llamado comercio de proximidad siga sufriendo las consecuencias del poderío que ejercen las grandes superficies y las compras en internet.
No hace muchos años era noticia la avalancha de gente que entraba en determinados establecimientos en el momento mismo en el que abrían sus puertas. En realidad, no sé hasta qué extremo muchas de las ofertas que se hacen en el periodo de rebajas pueden ser tan interesantes y tentadoras. De lo que sí tengo constancia es del espectáculo que supone ver a tanta gente con las bolsas de la compra, eso sí, repletas. Ver a tanta gente memorizando los precios de las prendas que se exhiben en los escaparates. Ver a tanta gente dedicando sus mañanas y sus tardes a las rebajas de enero, todo un ritual, toda una costumbre, todo un reclamo publicitario grabado a fuego en la mente de todo el mundo.
A veces, con fuertes lluvias, a veces, con ventoleras muy desagradables, a veces con colas de gente que tanto y retrasan la ansiada compra. A veces, en Oviedo, como en cualquier otra ciudad, no puede dejar de llamarme la atención que haya tanta gente que va de escaparate en escaparate, como quien lo hace de estación en estación de tren, como quien lo hace en las paradas de autobús. Van y vienen, vienen y van, camino de esas supuestas gangas.
Cuando era pequeño, nunca me fijaba en los precios, sino en la decoración de los escaparates, que, en algunas ocasiones, resultaban muy llamativos estéticamente.
Confieso que alguien tan atípico como el arriba firmante, que sólo se detiene sin prisa delante de los escaparates de las pocas librerías que van quedando en la ciudad, cuando llegan las rebajas de enero, se fija más en el movimiento de las gentes que en los productos que se ponen a la venta y que se muestran en los escaparates.
Confieso que tiene su no sé qué el paso que se da en los hábitos de consumo durante estos días de enero, paso que va de los regalos con los que cumplimentamos a nuestros queridos a la ganga que se busca tan ansiosamente tan pronto se abre el tiempo de rebajas.
Obligación de regalar, o sea, de consumir. Obligación de encontrar gangas. ¿Las hay o nos las inventamos?