Con sosiego y sin acritud, no acierto a entender ni la necesidad ni la conveniencia de la retirada de los bancos arcoíris de la plaza de la Escandalera. ¿A quién molestaban? ¿Qué argumentos pueden esgrimirse en contra de unos bancos que simbolizaban, entre otras cosas, la tolerancia hacia colectivos de personas condenadas a la incomprensión y a la marginalidad a lo largo del tiempo?
Consciente soy de que hubiese sido impensable que se instalasen estos bancos con un Gobierno del PP en el Ayuntamiento de Oviedo, pero creo que no sería lo mismo no haber decidido emplazarlos que dar el paso de ordenar su retirada. En esto último, no puede no percibirse una cierta hostilidad hacia lo que representan, un rechazo que no refleja precisamente amplitud de miras ni tolerancia.
El Alcalde de Oviedo, a juzgar por lo que declaró a este periódico, parece ser que tiene la intención de llevar parte de estos bancos a la Losa pero, eso, sí, pintándolos de otro color. Y, por otra parte, plantea que hay que respetar que unos los hayan puesto, el anterior Equipo de Gobierno, y que otros, el actual, decidan retirarlos.
A propósito de respeto, me pregunto si, con esta decisión, se profesa ese respeto al colectivo al que representan, si se tienen en cuenta la diversidad y a la pluralidad que, les guste más o menos, existen y están presentes en la sociedad.
Lo dicho: yo nunca esperaría que el PP ovetense se convirtiese en una formación política que abanderase los derechos del colectivo LGTBI, pero eso no es lo mismo que mostrar beligerancia ante unos bancos que lo simbolizaban y que –repito- no molestaban a nadie.
Bien sabemos que la política es, además de otras muchas cosas, confrontación ideológica, que sería extraño e inquietante que el proyecto de ciudad del señor Canteli coincidiese con el que enarbolan las formaciones políticas de izquierdas.
Sin embargo, hay muchos asuntos en los que, al menos, podría esperarse, por aquello de la higiene democrática, que no hubiese una beligerancia manifiesta.
Pero así están las cosas en la vida política de una ciudad en la que, al menos por parte de quienes la gobiernan, no parece que haya mucha voluntad de tender puentes y de apostar por un clima más sosegado y tolerante.