Un mes de marzo que pasará a la historia por un virus que, según la OMS, ya es pandemia. Un mes de marzo que alterna días luminosos y jornadas neblinosas. Un mes de marzo en el que la actualidad la acapara la referida pandemia.
Cuando escribo estas líneas, tengo noticia de que se anuncia el cierre de los colegios en toda Asturias, medida que adopta el Gobierno autonómico ante la situación en la que estamos inmersos. Esta vez no estamos aislados de cuanto acontece más allá de nuestros confines.
Cuando escribo estas líneas, tengo en la retina imágenes de una mañana atípica en Oviedo, mañana nubosa. Mañana atípica en la que todo el mundo se pregunta las mismas cosas, anticipando hipótesis acerca de lo que acontecerá a lo largo de los próximos días.
Miedo por partida doble. Primero, a las posibles consecuencias del coronavirus. Segundo, a que el pánico nos apodere socialmente. Como anticipo, el consumo masivo de estos días de determinados productos.
Uno se imagina el paisaje urbano en plena batalla contra este virus. El silencio de los colegios sin alumnado. La posibilidad de que, sin tardar mucho, se adopten nuevas medidas.
Lo más terrible de todo esto es caer en la cuenta de que se va a dar un acelerón. De hecho, ya se dio. Acelerón que fomenta el mundo virtual y deja de lado, más aún, la proximidad física, lo tangible. Cruel metáfora de un siglo en el que la posmodernidad también avanza, de forma más incontrolada e incontrolable de lo que cabría conjeturar.
Pero, eso, sí, por fortuna hay Estado. Por fortuna, contamos con una excelente Sanidad Pública.
¡Menos mal!