Me detengo, perdiendo la noción del tiempo, en el magnífico relato gráfico de ‘Oviedo bajo el coronavirus’ que hizo Alex Piña y que publica EL COMERCIO. Ese guante en medio de una calle vacía, esos rostros embozados con las correspondientes mascarillas, ese silencio desasosegante en muchos rincones de la ciudad.
Sobre todo, reparo en la imagen de la plaza de la Catedral que transitan dos servidores públicos. Esa plaza en la que se celebraron tantos conciertos. Esa plaza que transité día a día camino de la antigua Facultad de Filología en la plaza Feijoo durante cinco años. Esa plaza en la que resultan omnipresentes las huellas de Ana Ozores y de Fermín de Pas, mucho antes de que se instalase la escultura en la que tantos turistas posan a su lado. Esa plaza que tiene presencia en poemas extraordinarios. Por ejemplo, ‘Oviedo de Asturias’, de Unamuno. También en un poema de José Vela, hermano del que fuera secretario de la ‘Revista de Occidente’.
La suelo recordar con las losas mojadas por la lluvia; la suelo recordar en noches mateínas. La suelo recordar con una pintada al fondo que pedía ‘libertad pa los que toman algo’. La suelo recordar no sólo como el escenario de la que considero que es nuestra mejor novela del siglo XIX, sino también como el alma de la ciudad.
Plaza de una Catedral con una sola torre, «poema romántico de piedra». Ahora no reina el silencio de quienes buscan oración y recogimiento. Ahora es una pandemia la que todo lo envuelve y todo lo preside. Frente a esa pandemia que la entristece, nuestros recuerdos, nuestra memoria, nuestras lecturas, nuestras andanzas.