¡Cuánto echamos de menos esos establecimientos hosteleros que vinieron formando parte de nuestra cotidianidad! ¡Cuánto nos inquieta la mera sospecha de que, cuando esta maldita pandemia se acabe, habrá cafés y bares que no vuelvan a abrir, así como pequeños comercios locales que se vean obligados a echar el cierre definitivo! Estos últimos, además, ya estaban, en su mayoría, en una situación crítica. Y, por lo tanto, la presente situación puede ser el golpe definitivo que los aboque a la desaparición.
La información que publica Alberto Arce en este periódico, acerca de la intención del Gobierno local de poner en marcha un plan económico de emergencia, encaminado a poner en marcha un paquete de medidas que ayude a los negocios de hostelería y comercio a ponerse en pie, tiene que ir más allá de una mera declaración de intenciones. A nadie se le escapa que el apoyo institucional va a resultar imprescindible.
No sólo se trata de reunirse con las asociaciones empresariales para conocer la situación de la forma más precisa posible, sino también se hace necesario que este “plan de emergencia” se pacte con todos los grupos municipales. No se trata sólo de rebajar la tensión y de orillar enfrentamientos, sino también de no perder la oportunidad de incluir las aportaciones que se pueden hacer desde la oposición.
Estoy convencido de que todos los grupos municipales apoyan al pequeño comercio y el sostenimiento del empleo en los sectores más golpeados por esta pandemia. Así pues, toca apostar por entenderse y por escucharse.
¿No creen?