Esas imágenes de la derrota de la Alemania nazi en plenas efemérides. El fin de una barbarie que asoló al mundo en el siglo XX. Ese pasado espectral y horrendo que está ahí. Todo ello, en un momento en el que estamos sufriendo la pesadilla de una pandemia que, además de muerte y dolor, está poniendo de relieve las graves carencias de nuestro tiempo. Nunca nos hubiésemos imaginado que nos tocaría vivir algo así, estamos en un mundo en el que Huxley podría ser considerado un escritor realista.

Siglo XXI en el que tanto venimos hablando de los virus informáticos. Ahora resulta que también es real. Siglo XXI en el que el terror no está en un ejército que invada otro país, sino en atentados suicidas que asesinan indiscriminadamente.

Siglo XXI en el que se viene hablando tanto y tanto del ‘cambio climático’, si bien no se está combatiendo con todo el rigor que se necesita.

Tras los totalitarismos (todos) y la barbarie del pasado siglo, un virus letal que nos lleva al sufrimiento y a la tragedia. Un virus que es fruto de nuestro tiempo. Lo que nos pasa no es ajeno a la forma en que se rige nuestro mundo. Lo que nos pasa es que, lejos del fin de la historia, viejos fantasmas de otros tiempos lejanos vuelven, acompañados también de vaticinios que se hicieron desde la ficción.

Nosotros y el mundo. El mundo y nosotros. Un planeta que sufre atentados continuos, un medioambiente que revienta a resultas de prácticas desaprensivas.

¿Nuevos tiempos con fantasmas del pasado? ¿Nuevos tiempos que ponen ante nosotros lo vulnerable del planeta? ¿Lo vulnerable de nosotros mismos?

Lo vulnerable de un mundo al que hemos perdido el respeto incompresiblemente. Contra nosotros mismos.