Una vez más, el Oviedo cumplió su tradición de acabar con malas rachas del equipo al que se enfrentaba. En esta ocasión fue contra un rival directo en la lucha por evitar el descenso, y, además, la derrota se produjo quedando pocos partidos para poder remontar en la tabla.
Pues eso: el Oviedo, siendo fiel a una de sus peores tradiciones, le dio alas a un rival directo, al tiempo que regresa a la zona de descenso. El gol del Numancia vino tras un contrataque bien llevado y perfectamente ejecutado.
Pero quedaba mucho partido por delante para evitar la derrota. Un gol anulado por el VAR por fuera de juego, dudoso, así como las imprecisiones de siempre por parte del equipo azul dieron al traste con todo.
Dejando de lado por un momento, lo estrictamente deportivo, hay una cuestión inquietante, y consiste en que resulta inevitable preguntarse cómo fue posible que el Numancia venciese a la presión que tenía sobre sí, frente a un Oviedo que en ningún momento dio sensación de equipo solvente y resolutivo.
No siempre se va a producir el milagro de que Borja Sánchez resuelva el partido en una jugada individual marcada por su talento y velocidad. Y, fuera de eso, no se ven asistencias en el juego del Oviedo que puedan resultar decisivas. Hay jugadores como Sangalli que no acaban de recuperar el estado de forma que tuvieron antes del parón liguero.
Ya lo tengo escrito: cierto es que, desde la llegada de Ziganda, mejoramos defensivamente, pero eso no basta si no somos capaces de hacer daño en jugadas de ataque, sean o no con balón parado.
Vuelven a pintar bastos y no queda otra que afrontar los próximos partidos como auténticas finales, en las que las excusas no tendrán sitio.