Todo el mundo lo había advertido. No iba a resultar fácil ganar al Racing. En efecto, así fue. No solo por el hecho de que el equipo cántabro no se jugaba nada y se enfrentó sin presión al Oviedo, sino también porque no fuimos capaces de serenar los ánimos sentenciando a lo largo del partido una victoria que se nos puso de cara desde los primeros minutos.
Obeng volvió a inaugurar el marcador. Pero, apenas dos minutos después, en una falta de coordinación entre Arribas y Lunin, el Racing marcó un gol, que fue anulado por el VAR, dado que el delantero cántabro se ayudó de la mano para conducir el balón antes de mandarlo al fondo de la red del conjunto oviedista.
Tengo para mí que, a pesar de que el tanto visitante fue invalidado, aquello nos privó de la serenidad suficiente para hacernos los dueños del partido jugando con tranquilidad y buscando el dominio del encuentro.
Juanjo Nieto rindió a un nivel más bajo que en los encuentros anteriores. Nos duraba poco tiempo el balón en nuestro poder. Pocos esféricos llegaron con peligro al área rival y el Racing jugaba cómodamente.
Se diría que nos vinieron encima las agonías sufridas a lo largo de la actual temporada. Se diría que el equipo azul se sintió atenazado. No se jugó con frescura desde finales de la primera parte hasta el momento mismo en que concluyó el encuentro. La responsabilidad pesaba mucho.
Pero, al fin, se logró el objetivo. Pero, al fin, sin hacer ni mucho menos un fútbol brillante, hay que felicitar a Ziganda no solo por haber logrado la permanencia, sino también por haber convertido al Oviedo en un equipo sólido defensivamente, con individualidades atacantes cuya calidad no se puede poner en duda. Los datos están ahí.
En fin, salimos de la pesadilla atenazados, pero salimos. De una pesadilla que comenzó con una pretemporada caótica, con un inicio de liguero catastrófico y con una endeblez defensiva letal. De una pesadilla de la que nos sacudimos desde que llegó Ziganda.