Podría afirmarse que, tras haberse asegurado matemáticamente la permanencia en la categoría frente al Racing en la jornada anterior, difícilmente podría resultar amargo salir derrotados de Elche, a no ser que, resultado aparte, nos hubiesen humillado y ofendido.
Desde luego, no fue así, pues a pesar de que la ausencia de jugadores que vinieron siendo titulares imprescindibles, el Oviedo no sólo no hizo el ridículo, sino que además tuvo ocasiones no sólo de igualar el marcador, sino también de ganar.
Fue, pues, una dulce derrota, eso sí, en una jornada atípica, que acaso se tendría que haber aplazado, teniendo en cuenta la situación del Fuenlabrada con futbolistas afectados por la maldita pandemia.
Atípica, sin duda, la jornada que cerró el campeonato y atípica también la temporada que hizo el Oviedo, desnortado hasta que llegó Ziganda, desacertado en los estadios y en los despachos. Dada la racha que llevaba, no fue extraño el cese de Egea, pero sorprendió mucho la forma en que se produjo la marcha de Joaquín del Olmo, sin ni siquiera una rueda de prensa como ritual de despedida.
Una temporada dando tumbos hasta que llegó Arnau que acertó no sólo en lo que trajo en el mercado de invierno, sino también y sobre todo con el fichaje de Ziganda.
Salvo excepciones muy contadas, se acabaron los despistes garrafales en defensa, se jugó con cierto orden y se venció a equipos con más recursos futbolísticos.
Una dulce derrota en Elche, frente a un equipo que hizo una excelente temporada y que necesitaba ganar para poder aspirar a la promoción de ascenso. Hubo ausencias que se notaron, es innegable, pero también se disputó el partido con sentido común por parte del Oviedo.
Lo dulce fue la derrota. Lo agridulce fue el recordatorio de tanto sufrimiento a lo largo de la temporada. Lo agridulce fue también la sensación de despedida que pudo observarse en algunos jugadores.