A propuesta de Vox, el Pleno del 28 de julio dio luz verde a que nuestra capital presente su candidatura a ser declarada Patrimonio de la Humanidad.
Tengo escrito en más de una ocasión que Asturias incurrió dos veces en el universalismo. Una de ellas fue el llamado Arte Asturiano y la otra fue con esa obra maestra de la narrativa decimonónica que, además de plasmar la vida de una ciudad que sesteaba, dio vida a una expresión literaria envidiable, al tiempo que reflejó maravillosamente las grandezas y las miserias de la condición humana. Estoy hablando, claro está, de ‘La Regenta’.
Oviedo, Patrimonio de la Humanidad, con sus monumentos prerrománicos, con parte de su arquitectura industrial, con su historia, con sus enormes y grandes atractivos, con viejos esplendores representados por personajes de primera línea que la habitaron desde Feijoo hasta Pérez de Ayala, pasando obligatoriamente por Clarín.
A esta propuesta de Vox, entiendo que los reparos planteados por la oposición son razonables. Pero no han sido atendidos, ello a pesar de que ahí está lo que sucedió en 1998 cuando la Unesco no consideró adecuado incluir el casco antiguo en ese glorioso inventario de Patrimonio de la Humanidad, si bien añadió los monumentos prerrománicos a su lista.
Ninguna de las enmiendas del PSOE fue aprobada, ni tampoco la que planteó Somos.
Quiero creer que, antes de la solicitud formal, tiempo habrá para perfeccionar el texto y alcanzar acuerdos, con las miras puestas en poner las cosas más favorables posibles a la consecución de tan ambicioso objetivo.
Dejo para el final estas bellas palabras de Valentín Andrés Álvarez, me temo que muy poco conocidas y que tienen mucho que ver con la conversión de un objeto natural en verdadera obra de arte, tal y como planteó en su momento el filósofo Rickert:
«¡Torre de la Catedral de Oviedo, mástil de la ciudad anclada a la orilla del Naranco! En ella, el espíritu de la ciudad encarnó en las entrañas de la sierra; en los nudos de sus filigranas de piedra está prendido lo inmortal con lo perecedero, lo eterno y lo vivo, la montaña y la ciudad. Es un trozo del Naranco, hecho ciudad para sentir la caricia de la vida, es un trozo de ciudad esculpido en pedazos del Naranco para calmar su ansia de inmortalidad».