Confieso que, tras el partido ante el Logroñés, me apoderó el pesimismo más que nunca tras nuestro regreso al fútbol profesional. Y lo cierto es que nada me gustaría más que haberme equivocado y que el choque ante Las Palmas suponga el inicio de una nueva andadura en la que el Real Oviedo recupere la confianza sobre la base de buenos resultados, o, al menos, sobre el soporte de un lugar en la tabla que nos dé la seguridad suficiente para evitar nerviosismos y miedos a los que estamos tan acostumbrados.

Lo cierto es que tocaba ganar no sólo para intentar salir del agujero clasificatorio, sino también para dar un golpe de efecto en el que el Oviedo se reivindicase como un equipo digno de respeto en la categoría ante un rival cuya renta goleadora vino siendo notable hasta esta misma tarde-noche.

Estuvimos seguros atrás. Carlos Hernández cuajó un partido soberbio defendiendo atrás y, por su parte, Nahuel fue providencial no sólo como el autor de los dos goles del Oviedo, sino también como un jugador que ganó la partida a los rivales y que, en un momento de una sequía goleadora alarmante, dio el paso adelante para mostrar que también se puede contar con el jugador rosarino como salvación.