UNA AMARGA E INJUSTA DERROTA
A veces, una derrota, en el deporte y en otros ámbitos, puede ser un ejemplo de épica, puede resultar incluso heroica. Y, perdón por la perogrullada, hay derrotas humillantes y dolorosas. Y lo cierto es que, en el caso que nos ocupa, en el partido entre el Oviedo y el Almería, la susodicha derrota fue injusta y, por tanto, amarga.
No nos engañemos: cierto es que ni Borja Sánchez y ni Nahuel estuvieron muy inspirados, no llevaron a cabo jugadas decisivas que nos diesen la victoria. Cierto es también que el rival demostró ser un gran equipo dentro de lo que es la Segunda división.
Aun así, en la retina me quedó ese lanzamiento de Blanco Leschuk en las postrimerías del partido que, lamentable e incomprensiblemente, fue a parar a los pies de Obeng sin que el delantero azul se apartase de allí o le diese el destino definitivo.
Aun así, sigo teniendo meridianamente claro que el penalti que se señaló en contra del Oviedo fue demasiado riguroso, máxime si se tiene en cuenta que no se aplicó el mismo criterio a otras jugadas que se desarrollaron en el área del Almería.
O sea, que –nunca mejor dicho tanto la mala pata, como determinadas sensaciones arbitrales influyeron en el resultado de un partido que el Oviedo en ningún caso mereció perder.
Y es inevitable tener una amarga sensación ante un resultado injusto, ante una serie de circunstancias concatenadas que nos impidieron puntuar.
El Oviedo en ningún momento se bajó los brazos, en ningún momento se le vio jugar acomplejado, en ningún momento se entregó al rival. Jugó para ganar y se esforzó, hasta donde pudo, para ello.
Y, miren, no seré yo quien se sume a las voces plañideras en lo que se refiere a las actuaciones arbitrales. Ningún equipo está libre de que le sancionen con un penalti riguroso. Lo que sucede es que, en nuestro caso, ya llueve sobre mojado. Las estadísticas están ahí y, desde luego, en ningún caso se puede negar que la mayor parte de los arbitrajes de este campeonato fueron en algún lance injustos y desproporcionados.
Y resulta muy difícil, por no decir imposible, resignarse a soportar arbitrajes injustos de forma casi continua.
Lo dicho: una injusta y amarga victoria, que no colisiona con el reconocimiento explícito de la calidad del rival.