Anquela, en su regreso al Carlos Tartiere como visitante, tenía que desquitarse, si no ganando el partido, sí al menos poniéndonos muy difíciles las cosas, vendiendo cara la derrota. Por su lado, el Oviedo estaba obligado a reanudar la racha positiva que se rompió frente al Almería.

Pues bien, tengo para mí que nadie se desquitó. Más cerca de ello estuvo, sin duda, el míster jienense que logró, una vez más, salir imbatido del Tartiere. De todos modos, a lo largo del encuentro, no se vio una clara superioridad por parte de ninguno de los dos equipos.

Y, siguiendo con los desquites, de algún modo, a Borja Sánchez le tocaba dar muestras de su talento futbolístico a un entrenador que no llegó a confiar en él, que apenas le dio oportunidades, tal y como parece que está sucediendo ahora entre Ziganda y Riki, pero esta última es otra historia.

A esto hay que añadir que, una vez más, se notó que el canterano del Oviedo no tuvo frente al equipo de Anquela una actuación memorable, protagonizando jugadas que resultaran decisivas en el resultado del encuentro.

Cierto es que hubo decisiones arbitrales  que necesariamente tuvieron que contribuir a desmoralizar a Borja Sánchez y que, de paso, le costaron una tarjeta a resultas de un cabreo del que no pudo desasirse.

Pero no sólo los desquites se quedaron a medio camino, sino que, además, con respecto al conjunto carbayón, faltó ese impulso irrefrenable de ir a por todas, de darle al balón no sólo con voluntad de apuntar bien, sino de romperlo.

Y, en otro orden de cosas, lamentablemente, la sociedad entre el árbitro y el VAR volvió a tener su protagonismo. Con respecto al penalti que se señaló en contra del Oviedo, la pregunta no es tanto si el balón impactó antes en la cara o en la mano de Cedric, sino si, en caso de tratarse del rival, se hubiera tomado la misma decisión.

El busilis del asunto no está tanto en el análisis minucioso de una decisión más o menos discutible, sino en la suma de situaciones que, al final, se vuelven contra el equipo azul.

Y, en este sentido, la situación empieza a ser preocupante. Salimos casi a polémica arbitral por partido y, en la inmensa mayoría de los casos, en contra nuestra.

A ello podrían añadirse también las tarjetas amarillas en jugadas que no siempre son trascendentes, así como un sinfín de detalles que redundan en un malestar creciente, que, desde luego, no es victimismo.