Un poeta culto que, con el paso del tiempo, se convirtió, creo que muy merecidamente, en un poeta de culto. En su obra y en su persona, la ironía tiene una presencia importante. Un poeta sin estridencias, para leer despacio, para leer en voz baja. Un ovetense afable y cordial, que desplegó su talento en poemas muy logrados.
Un poeta que, por otro lado, demostró madurez en sus primeros libros. Un poeta cuya obra da muy buena cuenta de lo mucho que disfrutó también como lector de la mejor poesía. En este sentido, su homenaje a Borges es una muestra inequívoca de ello.
No solía tener prisa cuando se detenía a charlar por la calle. Atesoró, entre otras muchas cualidades, la de ser un excelente conversador, con su dosis indispensable de ironía, con un no sé qué de timidez que además le hacía mostrarse con una elegancia nada impostada.
Aquella «indecisa pluma» con la que arrancaba el primer poemario que publicó. Se diría que la duda no era en su caso un método, ni tampoco una cuestión formal, sino de fondo, la duda que nace, entre otras cosas, de la lucidez, así como de una prudencia que intenta contener lo incontenible. Por ejemplo, la socarronería. Por ejemplo, la paradoja.
En su momento, Gil de Biedma escribió: «En mi poesía, no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo.» De algún modo, esto podría extrapolarse a la obra de Víctor Botas. En muchos de sus poemas, ahí está el sesgo melancólico por el paso del tiempo, por la inseguridad propia, por un cierto escepticismo ante todo y ante todos. Pero, en ningún momento, incurrió en ese pesimismo fácil que, en la poesía, lleva a veces a lo melodramático, a la queja fácil, tan cercana a la cursilería y a la ñoñez. No fue éste el caso de Víctor Botas, sino todo lo contrario.
Recuerdo una intervención suya recitando poemas propios donde dijo que el tremendo pesimismo, así como la tendencia a la moralina y al mensaje, le aburrían. Desde luego, Víctor Botas estaba muy lejos de ser un poeta con una cosmovisión amable, pero eso no le llevó nunca a escribir estridencias trágicas sin fisuras para la ironía. Buscaba al lector cómplice, algo muy acorde con el talento que plasmaba en cuanto escribió.
Lo dicho, dudas, el paso del tiempo, insatisfacciones existenciales que llevó a sus poemas sin excesos de sentimentalismo, sin alzar la voz de modo que pudiese entorpecer una lectura inteligente.
A todo esto, no tardaría en tener mayor presencia en su obra la cultura clásica. En “Segunda Mano”, hace versiones personales de poemas clásicos. Y, sobre todo, lleva a cabo algo tan difícil como es la “traducción”, no literal de grandes poemas. Por un lado, se dice que la poesía no es traducible. Pero, por otra parte, cuando un poeta hace suyos poemas escritos en otro idioma, con una versión literaria y nunca literal, se lleva a cabo esa especie de “milagro” que es la traducción idiomática, en este caso, de la tradición poética conocida y admirada por el autor.
De la poesía pasó a la novela, reforzando, si cabe, la ironía. Tal es el caso de “Mis turbaciones”.
En otro orden de cosas, más allá del significado de su obra, de cuya calidad se han venido ocupando críticos y estudiosos de prestigio, lo cierto es que, tan pronto le recordamos, nos queda, de un lado, el consuelo de una obra que no pierde, ni puede perder, interés, pero, por otra parte, somos conscientes de lo mucho que se perdieron con su muerte no sólo la ciudad que le vio nacer, al tratarse no sólo de un excelente escritor, sino también de un ciudadano ilustre y cercano, sino también la poesía en particular y la literatura en general.
Se me hace presente aquel tiempo en el que era frecuente encontrar a Víctor Botas paseando por el centro de Oviedo. Un paseante sin prisas. Y soy consciente de que fue un lujo para su ciudad del que disfrutaron, además de sus personas cercanas, sus contertulios literarios y todas aquellas personas que tuvieron la suerte de leer su obra.
De algún modo, Víctor Botas fue siempre un clásico, también como ciudadano, un clásico con una personalidad y con una obra muy genuinas.
¿Cómo no tener presente su homenaje a Borges, en el que despliega no sólo la admiración al maestro, sino también una envidiable captación de determinados personajes y episodios del mundo clásico? ¿Cómo no tener presentes sus últimas obras poéticas en las que bucea en la cultura clásica, plasmando un conocimiento que ni abruma ni sofoca, sino que, al contrario, invita a zambullirse en esos universos que transita verso a verso, poema a poema?
Inolvidable su ironía, acaso permanente, también como conversador, una ironía elegante, marcada por lo sutil y lo lúcido.
Se me hace presente mi primer encuentro con Víctor Botas en una cafetería de la Avenida de Galicia, cuando me dedicó “Las Cosas que me acechan” y su Homenaje a Borges. Creo que fue en septiembre de 1980. Se me hace presente como uno de esos momentos en los que uno aprendió mucho y que nunca percibimos como lejanos.
Víctor Botas y Oviedo. Oviedo y Víctor Botas. Un vínculo literario inextinguible.