Exiliado en Francia, supo reinventarse y seguir trabajando
Fue un hombre sin ambiciones personales que nunca se traicionó a sí mismo
No entendía que el PSOE no reivindicara la República
Macrino Suárez (1936- 2012), republicano convicto y confeso, cuya vida estuvo marcada por la honestidad y la coherencia, fue un ciudadano ejemplar, el último representante de ese gran vivero del republicanismo que fue el occidente asturiano, donde nacieron personajes como el veigueño Augusto Barcia Trelles, el valdesano Álvaro de Albornoz, el tinetense José Maldonado, pues el personaje que aquí nos trae vino al mundo en Luarca.
Cuando Macrino Suárez se vio obligado a exiliarse, el contacto que estableció en Francia con José Maldonado fue decisivo no solo en su orientación política republicana, sino también en lo que se refiere a que asentó su vida en el país vecino, reinventándose, trabajando y aprendiendo el idioma de Voltaire. Francia, en principio, era un país en el que iba a estar de paso, pero acabó por ser su tierra de acogida.
Hablaba antes de su coherencia, pues no fue un político que se adaptase a los nuevos tiempos tras la muerte de Franco haciéndose militante del PSOE o del PCE. No, Macrino fue republicano hasta el final de sus días. Y, en más de una ocasión, hizo público lo decepcionado que se sentía ante la deriva de determinados partidos políticos como el PSOE.
Lo conocí a través del Ateneo Republicano antes de que fijase definitivamente su residencia en Oviedo tras haberse jubilado. Al igual que otros republicanos legendarios, tenía una memoria prodigiosa y era un contertulio muy ameno. Y, además de todo eso, Macrino Suárez conoció muy a fondo a José Maldonado; de hecho, era la persona que más sabía acerca de la trayectoria del ilustre ciudadano tinetense.
Por otra parte, no fue un hombre de los que se quedó anclado en el pasado. La actualidad le interesaba, y mucho. Estaba muy al día de lo que pasaba en la vida pública, así como de la situación económica del mundo. Nunca llegué a entender muy bien por qué la Universidad de Oviedo apenas contó con él como estudioso de la economía, a la hora de organizar charlas, cursos y conferencias.
En efecto, Macrino se interesó en todo momento por la vida pública nacional e internacional. Distinta cosa es que estuviese de acuerdo con las políticas que se vinieron haciendo. Lo cierto es que pudo haber hecho suyas estas palabras de José Bergamín: «Mi mundo no es de este reino». No solo por su republicanismo, al que no renunció en ningún momento, sino también por las carencias de nuestro sistema democrático, carencias que no se molestó nunca en ocultar.
Fue el último en llevar la antorcha del republicanismo, fue la memoria de ese mismo republicanismo en el exilio.
Desde que se estableció en Oviedo, tuve la suerte de haber hablado con él en multitud de ocasiones. Tenía la serenidad propia de quien se sabe en posesión de haber tenido una trayectoria coherente. Desde esa serenidad, con una capacidad de análisis ciertamente aguda, ponía de relieve su desacuerdo con la situación política de España.
En efecto, su mundo no era de este reino. No entendía que la República como forma de Estado no fuese reivindicada por partidos políticos como el PSOE. No le parecía aceptable que, en un Estado teóricamente democrático, el laicismo no fuese una realidad. No podía estar de acuerdo con un sistema educativo que orillaba el esfuerzo y que no apostaba por el conocimiento. En lo personal, era un hombre sin ambiciones, que nunca se traicionó a sí mismo a cambio de pagos en vanidades. En sus intervenciones públicas y en sus escritos, la claridad de sus ideas destacaba siempre. No barnizaba su discurso con retóricas hueras ni tampoco con ampulosidades, jamás incurría en tales cosas.
Su muerte, el 15 de mayo de 2012, nos acarreó una enorme orfandad. Fue una excepción en lo que a su coherencia se refiere, manteniéndose fiel a unos ideales que no habían perdido ni su razón de ser ni tampoco su actualidad.
Su singladura fue una manifestación inequívoca de que no todo el mundo desvirtúa su pensamiento por intereses bastardos o a cambio de ‘compensaciones’ marcadas por lo superficial y lo frívolo. Nunca olvidaré la última vez que lo vi, poco antes de su fallecimiento, un día a última hora de la mañana en el bar la Belmontina. Hablamos, entre otras cosas, una vez más de Maldonado, del día que llegó a Oviedo el mandatario republicano tras décadas en el exilio. Ahora que tanto se habla de la mejor Asturias, conviene tener claro que el economista y republicano Macrino Suárez formó parte de ella.