El viento sur de las castañas, con el que arranca la obra maestra clariniana que inmortalizó a la ciudad, algunos rayos de sol, lluvias que, como los nubarrones, van y vienen. Jornadas en las que los camposantos se engalanan, puente escolar, delicia lo agridulce, seronda asturiana que en Oviedo alcanza también su plenitud.
No quiero decir Halloween, me quedo con los días de Difuntos, con los rituales de recordatorio a los muertos, recordatorio que los hace más cercanos, que vela su memoria, que los vuelve más presentes.
Días de difuntos que, además, coinciden con el arranque de una campaña electoral, atípica e indeseada, con mucho ruido, con no menor furia pero, sobre todo, con el hartazgo de una ciudadanía cada vez más escéptica.
Difuntos en Oviedo. La ciudad se vuelve más tranquila, con menos atascos, que invita a ser transitada con el delicioso ritmo de la tranquilidad, de la pausa laboral, de los días sin colegio.
Y ahí está el Campo de San Francisco, vistiéndose de otoño, esperando soluciones, esperando que las fuentes manen agua, esperando que el quiosco de la música deje de estar vallado, esperando que recupere la normalidad perdida.
Aun así, la hojarasca dará su colorido, aportará sus ayes, llevará a cabo su sinfonía, dará cuenta de la variedad arbórea de lo que es nuestro pulmón.
Aun así, esa pausa que marca el calendario tendrá su escenificación en los alrededores de una ciudad que se encargan de recordarnos que tenemos muy cerca, también en el espacio, la ruralidad que nunca dejará de estar omnipresente.
El ritmo de una mañana festiva o semifestiva por el Campo de San Francisco, con las hojas que, lentamente, van a parar al suelo, con el ritmo de quienes disfrutan del paseo atendiendo a todos los detalles que decoran el momento. Humedad en la atmósfera, sol que quiere asomar, nubes que juegan a taparlo. Caminar contemplativo, paisaje que se vuelve libro en el sentido de que, en muchos momentos, no estamos viendo lo que tenemos delante sino lo que recordamos, sino el repertorio de imágenes que vamos evocando e imaginando. En ocasiones, ecos de voces que rescatamos. En ocasiones, imágenes de lo ficticio y, sin embargo, tan vívido, más que vivido.
Esa hoja sobre el bordillo, esa hoja que acaba de desplomarse y que, observándola, parece que lamenta no tener alas para recuperar su sitio en el árbol del que se cayó. Esa hoja, a la vez, tan solitaria y tan cómplice de sus compañeras con las que comparte destino.
Difuntos, que no Halloween. La armonía preestablecida y establecida por la puesta de largo de un otoño que es el canto de cisne de la vida, de nuestra vida.