Esta vez, fue una final con todas sus consecuencias en el sentido de que el Oviedo se empleó a fondo desde el comienzo mismo del partido ante un rival que, sobre todo en la faceta atacante, mostró muchos más recursos que nosotros. Pero el equipo de Ziganda explotó al máximo esa mejoría defensiva que se vino produciendo desde que el entrenador navarro de hizo cargo del Oviedo. Y, por otro lado, el cuadro carbayón le sacó el máximo provecho a la mejor ocasión con la que contó, como fue ese penalti que transformó Ortuño que regresó a la senda del gol. Bien es verdad que el guardameta Limones no estuvo de lejos de pararlo, pero, en esta ocasión, la suerte se alió con el equipo azul.
Alivio ante un triunfo importantísimo que, además, se consiguió frente a un equipo que dejó sensación de calidad y de peligro en sus acciones atacantes. Alivio ante un triunfo en el que la suerte nos sonrió, pues el Mirandés tuvo una ocasión muy clara ya en las postrimerías de la segunda parte que se pudo haber convertido en gol.
Alivio en el que se puede sentir no sólo la satisfacción por esos tres puntos que tanto necesitábamos, sino también por el hecho de que no hay ninguna pega que poner al Oviedo no sólo en su entrega y en su lucha, sino también en la concentración que puso en el juego.
Ante el Mirandés, el Oviedo respondió a la necesidad dramática que tenía de vencer. E insisto: no hubo regalos a la delantera atacante, no hubo pájaras, no hubo errores imperdonables. Nos defendimos bien, con orden y con dignidad. No renunciamos al ataque, aunque hay que reconocer que seguimos muy lejos de ser capaces de hilvanar jugadas de peligro con balones que lleguen a los delanteros en condiciones favorables.
Triunfo, en fin, balsámico, que, de momento nos alivia. Estamos a falta de seis puntos, de dos victorias.