Ni el profeta más perogrullesco se equivocaría si vaticina que el verano que tenemos por delante será, ante todo, atípico, tanto aquí en Vetusta como en el resto del país. Si además solemnizase su aserto, tal como suelen hacer, su ceremonial de insulto a la inteligencia se cumpliría en toda su extensión.
Pero vayamos al atípico verano que ya dio comienzo, y propongo que nos situemos en Vetusta. Creo que a los más veteranos del lugar nos traerá muchos recuerdos en lo que se refiere al bajón de movimiento en la ciudad con respecto a los meses anteriores, caso de los últimos años, se entiende. Y se puede dar por hecho que el turismo extranjero, incluido el de países más cercanos, bajará significativamente.
Por otro lado, tampoco puedo dejar de pensar en la oportunidad que se brinda para disfrutar de la ciudad, recorriendo unas calles más acogedoras que nunca, aprovechando las terrazas que no sólo nos permiten hacer un alto en el camino del recorrido, sino que además nos convierten en espectadores privilegiados de lo más esencial de nosotros mismos como habitantes de la ciudad que hemos elegido y que, a su vez, decidió acogernos.
No hablo de un Oviedo de sol y playa, seguro que las nubes y la niebla no van a desaparecer del paisaje, alternando con días azules. Hablo de un Oviedo que nos sirva para recordar lo mejor que hemos tenido, de ese Oviedo que recorrió y noveló Clarín, de ese otro Oviedo de la infancia que nunca vamos a olvidar.
Hablo de un Oviedo en el que podamos conseguir que en determinados momentos el ritmo del paso del tiempo decrezca y se brinde a ser saboreado.
¿Qué les parece plantearse algo así cualquier mañana o cualquier tarde en el Campo de San Francisco o en El Fontán?