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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Cine Aramo

“Un hombre rico en el interior no pide al mundo exterior más que un don negativo, a saber: ocio para poder perfeccionar y desarrollar las facultades de su espíritu y para poder disfrutar de sus riquezas interiores; reclama, pues, únicamente, toda su vida, todos los días y a todas horas, ser él mismo”. (Schopenhauer).

“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. (Sartre).

 

Confieso que nunca olvidaré el estremecimiento que me produjo la lectura de un pequeño texto de Julia Ibarra, que venía a ser una elegía a las butacas del Cine Aramo que fueron a parar, en primera instancia, a una especie de patio de luces que la gran escritora vio desde su propia casa. La autora de “La Melodramática vida de Carlota Leopolda” describió con envidiable sensibilidad lo que aquella desoladora visión le suscitó. Aquellas butacas arrancadas de cuajo entonaron los ayes de tantas y tantas personas que habían asistido a películas para ellos inolvidables. La elegía de las que les hablo la publicó Julia Ibarra en enero de 2001. Aunque el cine Aramo, llevaba varios años cerrado, aquello fue  el principio del fin de las salas de cine en Oviedo. Principio del fin que arrancaba en la calle Uría. ¡Qué cosas!.

Cine Aramo. A decir verdad, no pasará a la pequeña historia de Oviedo por haberse exhibido allí las mejores películas a lo largo de las décadas en que estuvo abierto. Siendo ello cierto, no lo es menos que era un lugar digno de admiración por todos los lujos que lo jalonaban, desde las lámparas hasta las maderas nobles, sin que nadie pudiera pasar por alto sus suelos. ¿Cómo no recordar aquellos mármoles que le daban tanto esplendor?. Toda una voluntad de estilo lo ocupaba. Y, aunque sólo fuese por el marco, a todos nos valió la pena haber acudido tantas y tantas veces al cine Aramo.

Y, a pesar de ello, es decir, de la discreta calidad de la mayoría de las películas que se exhibieron en el cine Aramo, se diría que, en algún momento, los afanes de un tiempo y un país, allí sí que se dieron cita.

Recuerdo la presentación de una película muy del estilo de la transición, al que acudieron algunos de sus actores, entre ellos, Juan Diego, que pidieron más libertad para el país y para el cine. Fue en una sesión de noche y aquello significó mucho para los espectadores que allí nos encontrábamos. La pasión por la política y los afanes de libertad y nuevos tiempos se manifestaban imparables.

Cine Aramo. Contaba también con un vestíbulo amplio que permitía ver con comodidad la cartelera de la película que tocaba proyectar. Otro recuerdo inolvidable en aquellos mismos años de inicios de la transición fue ver en la referida cartelera a José María Íñigo, que, si no recuerdo mal, comparecía con una bata blanca de médico y a una Carmen Sevilla ya en el otoño de su belleza que aún se mostraba voluptuosa en sus gestos y puestas en escena. ¡Qué país, madre mía!

Cine Aramo. Como ya escribí en esta misma página, tengo muy grabada la imagen a la salida del cine en la segunda sesión de la tarde cuando, sin apenas variación, el reloj de la Estación de la Renfe marcaba las diez menos cuarto. Era el momento de ir a casa a cenar.

Cine Aramo, una suerte de templo a la altura del séptimo arte, un marco a la altura de las mejores películas.

¿Cómo no referirse, volviendo al principio del presente texto, a las butacas que gozaron del privilegio de ser objeto de una especie de elegía de una escritora de la talla de Julia Ibarra? Butacas que no sólo sirvieron para ver las películas de turno, sino también para escarceos amorosos, muchas veces primerizos, que tienen su no sé qué de inolvidables por la nostalgia que suscitan. Se las llevaron como quienes transportan sueños al matadero. Se las llevaron sin cortejo fúnebre, sin la despedida solemne a la que en realidad se habían hecho merecedoras. Pero las circunstancias se conjuraron para que Julia Ibarra oficiase sus funerales, su despedida, su agonía previa a una destrucción más que anunciada.

Confieso que cada vez que paso por delante de lo que fue el cine Aramo recuerdo a la insigne escritora. Fue otro de los grandes lujos que tuvo esta ciudad, si bien cabe en lo posible que no haya tenido, aún a día de hoy, el reconocimiento que realmente se merece por una obra literaria tan extraordinaria.

Cine Aramo. Por su pantalla, desfilaron indios y vaqueros, romanos, dramones más o menos empalagosos, españoladas infames que tuvieron, como bien se sabe, su cuota de pantalla. Y también películas dignas. De todo, hubo, claro está.

Pero, dejando al margen la calidad de la mayoría de las películas exhibidas, el cine Aramo forma parte, con toda justicia, de la intrahistoria de Oviedo, de un Oviedo que quiso y supo hacerle sitio al séptimo arte con justicia poética, con una hospitalidad marcada por la elegancia y el buen hacer ceremonial.

Cine Aramo, escenario muy presente en mi infancia y adolescencia. Cerca, muy cerca de la Plaza del Carbayón. Más cerca aún de la calle Toreno.

Bendita proximidad de unas edades en las que el mundo es, ante todo, algo por descubrir  y algo por sentir y entender.

A este respecto, Rousseau dejó escrito en sus “Confesiones” esto que sigue: “Empecé a sentir antes que a pensar”. Y, curiosamente, el cine, como tantas otras cosas, es algo para ser sentido siempre; para ser pensado, según la película que toque. Pero, en todo caso, en el cine Aramo sentí y pensé en esas sucesivas etapas de la vida en las que es tanto lo que se descubre. como también lo que deja de estar encubierto y termina por mostrarse y mostrársenos, forjándonos e inventándonos. Haciéndonos y rehaciéndonos.

Siempre hay pantallas en las que los sueños se  escenifican. Siempre hay proyectos engendradores de sueños. Siempre hay sueños que nos proyectan y nos ponen ante ese escenario múltiple y enloquecedor al que siempre llamaremos vida, nuestra vida.Siempre hay besos de película. Siempre hay sueños que tienen un himno. Siempre hay aventuras que atrapan. Siempre hay sordideces de las que salimos en busca de pulcritud.

Siempre hay un cine Aramo.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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