“La verdad es como el sol. Lo hace ver todo y no se deja mirar”. (Víctor Hugo).
Si la protección de lo público es el criterio institucional a seguir, resulta difícilmente rebatible que el Consistorio de Oviedo haya prohibido que el Mercadillo de Navidad se siga instalando en el Paseo de los Álamos, teniendo en cuenta el deterioro creciente que viene sufriendo el mosaico de Antonio Suárez, mosaico que hay que cuidar y conservar si se tiene en cuenta su valor estético.
Durante más de dos décadas de gabinismo el abigarramiento de mobiliario urbano fue proverbial. Sin embargo, no se puede decir que se hayan tratado con mucho mimo muchos de los reclamos estéticos de nuestra ciudad, entre ellos, el mosaico al que acabamos de hacer referencia.
Pero lo cierto es que uno tiene la impresión de que muchas de las lagunas del gabinismo llegaron a formar parte del paisaje. Tal es así que el paisanaje implicado llegó a dar por hecho que las tales lagunas se habían perpetuado ya en Oviedo.
Ciertamente, no hace falta mirar con lupa el referido mosaico para percatarse del deterioro que presenta. Ciertamente, no parece que haya que esforzarse mucho argumentando que no es de recibo pretender que los intereses particulares de unos comerciantes que, por lo demás, se merecen todo el respeto, están por encima de la conservación de uno de los grandes atractivos de la ciudad.
Siendo innegable que resultaba más cómoda la ubicación en el Paseo de los Álamos, tampoco la Plaza de la Escandalera es un lugar desfavorable para ello. Y, ante todo y sobre todo, a veces, resulta obligado aceptar lo razonable.
Fíjense: se diría que lo habitual y lo consueto se hizo indiscutible, y que, ante ello, todo lo que pueda oponerse, incluido el interés de lo público y por lo público, resulta molesto y rechazable.
No hace mucho tiempo, Leopoldo Tolivar, en un magnífico artículo publicado en EL COMERCIO se hacía eco de lo que se había planteado en una conferencia en el RIDEA ante la urgente necesidad de proteger el Mosaico de Antonio Suárez en el Paseo de los Álamos. Lo llamativo del caso es que no estamos hablando de una obra de arte poco visitada y poco vista, sino del mismo centro de Oviedo, del que es acaso el lugar más transitado peatonalmente. Y, sin embargo, el deterioro parecía invisible a los ojos de las autoridades municipales anteriores, como si formase parte del paisaje.
Hete aquí que algo que, racionalmente, parece indiscutible, se convierte en una medida polémica. Sobre el plano teórico, cuesta entenderlo. Pero ya sabemos hasta dónde puede llegar la fuerza de la costumbre, máxime cuando se trata de dejadez y de inconsciencia.
La cosa es asombrosamente simple: el Ayuntamiento, al proteger el Mosaico de Antonio Suárez, cumple con su deber, expresión, de otro lado, tan cara a las gentes de orden.