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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Cafetería Orly, 1974

La imagen puede contener: personas de pie

“Hay cosas indestructibles que acompañan el cuerpo hasta la muerte como si hubieran nacido con él. Y una de esas es lo que surge entre un hombre y una mujer que viven juntos ciertos momentos”. (Clarice Lispector).

Sí, la increíble casualidad sucedió en 1974. Fue en la cafetería Orly en la calle Gil de Jaz de Oviedo. Un cliente tenía a su derecha el periódico que hojeaba y a su izquierda la taza de café. Y, en un tono jocoso, sin salir del asombro, comentaba con uno de los camareros la noticia más destacada de la prensa aquel día: El entonces dictador de Uganda acusaba a su ministra de Asuntos Exteriores de haber hecho el amor en el aeropuerto parisino de Orly en el tiempo de escala entre dos vuelos.

La noticia era de por sí pintoresca, y a ello había que añadirle que, precisamente en la cafetería de Oviedo que llevaba el mismo nombre que el aeropuerto parisino, nos hubiésemos enterado de tan extraño acontecimiento. Hilarante, sin duda. Además, he de confesar que, hasta aquel momento, no sabía de la existencia del tirano de Uganda, que, a partir de entonces protagonizaría una serie de noticias que, juntas, constituirían un trágico show.

Oviedo, 1974. En plena adolescencia, a los 17 años, estábamos, en lo que a la vida pública se refiere, más expectantes que esperanzados. Pero éramos muy conscientes de que, aunque oficialmente no fuera así, los tiempos no sólo estaban cambiando, sino que existencialmente ya habían cambiado. Más allá de eso, no había certeza alguna, ni podía haberla, del cuándo y del cómo cambiarían las cosas formalmente. Meses atrás, se había producido la revolución de los claveles en Portugal. Y sabíamos que el mundo más cercano en lo geográfico era muy distinto al que, institucionalmente, teníamos en España y en Asturias.

Meses atrás el entonces Presidente del Gobierno de España, Arias Nvarro, había planteado una tímida apertura, mucho más teórica que real, que fue conocida como “el espíritu del 12 de febrero”. Se hablaba de que podían autorizarse “asociaciones políticas”, eso sí, cuyos principios no colisionasen con el glorioso movimiento nacional. Por tanto, estábamos muy lejos de avistar que el camino a la democracia empezaba a estar transitable.

Vuelvo a aquella mañana en la cafetería Orly. Antes de encontrarnos con el cliente que comentaba la portada del periódico, habíamos estado en la planta de arriba, lejos del mundanal ruido, al margen de las noticias del día, embebidos en los acordes de una hermosa canción de Nicola di Bari, “El Arco Iris”. Lejos y al margen, incluso a la contra de casi todo, a la contra en el sentido de que, para concentrarnos en nosotros mismos, teníamos que ausentarnos del resto de las cosas que, en teoría, configuraba eso que llaman realidad.

Por eso, se nos hizo largo digerir aquella noticia, largo y ajeno. Noticia de brocha gorda y que tenía todos los trazos de ser una patraña chabacana a más no poder. Pero no sólo nos quedaba lejos Uganda, sino también la vida pública.

A la salida de la cafetería, el cielo estaba gris, aunque no amenazaba lluvia. Soplaba el regentiano viento sur. En los quioscos de prensa, la increíble noticia ocupaba la portada de casi todos los periódicos. Todo un encuentro con lo grotesco.

Encuentro duro, a decir verdad. No habíamos leído aún a Baudelaire, pero sí sentíamos su imperativo, que dice que “hay que ser sublimes sin interrupción”. Lo sublime de la adolescencia frente a lo grotesco de la realidad. El aislamiento de los primeros sueños compartidos frente al ruido y la furia de lo que sucedía en el mundo.

No sólo los sueños colectivos, sino también los de cada cual, los más íntimos, los más personales que tienen mucho que ver con los enamoramientos de la adolescencia. De aquello, no podíamos ni queríamos desprendernos.

Ser sublimes sin interrupción en una España que seguía sufriendo una de las dictaduras más duraderas del siglo XX. Ser sublimes sin interrupción en aquel Oviedo que, en el ámbito universitario, el estudiantado había celebrado a su modo y manera, la reciente revolución de los claveles portugueses. Ser sublimes sin interrupción era, por un lado, tarea casi heroica por lo difícil, pero, por otra parte, se trataba de algo inevitable en lo que se refiere al sentir propio e intransferible.

La soledad de dos, en efecto, de aquellos que quieren aislarse del mundo y vivir momentos en los que no sólo está garantizado lo sublime, sino que además existe la certeza de que es justamente en esos instantes cuando sale a relucir lo mejor de nosotros mismos, nuestra mejor versión, que tanto pudor nos da que pueda conocerse por algo o por alguien que sean ajenos a esa soledad de dos. Momentos con sus canciones, con sus poemas, corto repertorio, pero que, al mismo tiempo, rompe las compuertas de los límites, muestra la salida hacia lo infinito.

Cafetería Orly, Oviedo en 1974. Estoy totalmente convencido de que toda la clientela de aquel día habrá contado infinidad de veces la anécdota de que estaba allí el día en el que las portadas de los periódicos se hicieron eco de aquel suceso tan grotesco que sonrojó al mundo.

Minutos antes de encontrarnos con aquello, nuestra atmósfera estaba marcada por la música de Nicola di Bari. Lo sublime y lo abyecto. Lo onírico y lo real. La adolescencia frente al resto del mundo. La adolescencia que se rebela para no contaminarse de realidad.

Y, al final, ¿qué habrá sido de aquella ministra de Idi Amin?
Y, al final, ¿en qué se convirtieron aquellos sueños de la adolescencia?

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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