“La consciencia es la mera superficie de nuestro espíritu, de la cual, como de la esfera terrestre, no conocemos lo íntimo, sino sólo la corteza”. (Schopenhauer).
“El arte es seducción, no rapto”. (Susan Sontag).
Larga historia la de este cine; tanto fue así, que recuerdo haber visto películas en esta sala desde la infancia hasta la treintena. Larga historia que, según anecdotarios que se remontan a años anteriores a mi llegada al mundo, hablan de que también se representaron en el Principado obras de teatro.
Cine Principado, en pleno centro de Oviedo, muy próximo al Campo de San Francisco, a muy pocos pasos de la calle Uría, de la calle Fruela, y así un amplio etc.
No sabría decir ni siquiera la estación del año en que ocurrió aquello, pero recuerdo que, siendo niño, vi que allí se anunciaba la película que tenía por título “Franco, ese hombre”. ¡Madre mía! También puedo dar cuenta de un film en el que el cantante que sigue teniendo apariciones televisivas en las fiestas navideñas, esto es, Raphael, era el protagonista. Tampoco la vi, sólo las cartaleras. Estos recuerdos de infancia que vengo desgranando son vespertinos y otoñales. No deja de ser curioso.
Y, al margen de determinadas películas que no llegué a ver, aunque sí recorrí sus carteleras, el Cine Principado en sí mismo siempre me cautivó. Creo que fue en su ambigú donde más chocolatinas tomé, y en el pequeño espacio que hacía de antesala del patio de butacas, era fácil encontrase con personas conocidas que salían cuando el No-Do se terminaba, antes de que diese comienzo la película propiamente dicha. Por cierto, recuerdo un No-Do en el que se resumieron los goles de una final del torneo de la Copa que ganó el Madrid gracias a dos goles que comenzaron en impresionantes arrancadas de Gento por la banda.
Cine Principado. En su misma calle, en un portal haciendo esquina, figuraba en una placa el apellido de un abogado que estaba íntimamente relacionado con su profesión, apellido que podría tomarse como un destino.
Años 70, cuando llega el destape “si el guion lo exigía”. Allí vi una versión cinematográfica de la magna obra del Arcipreste de Hita, o sea, “El Libro del Buen amor”. Sus protagonistas, si mal no recuerdo, eran Patxi Andión y Blanca Estrada. Se cumplió con creces aquello de que hay versiones cinematográficas que en nada mejoran a la obra literaria que pretenden plasmar.
Años 80, ya en los últimos años de la década, creo que a principios del 87, vimos allí “El Nombre de la Rosa”. Por cierto, al margen de que Eco no pareció mostrarse muy de acuerdo con aquella versión cinematográfica, que cambió en ciertos episodios la trama, la película en sí misma tenía su valor e interés.
Vimos “El Nombre de la Rosa” una noche de viernes en el Principado, y aquella incursión por los últimos suspiros de la Edad Media, estaban a años luz de la película antes mencionada que pretendía recrear la obra del arcipreste de Hita, también del siglo XIV. Podría decirse, por tanto, que, con la proyección de la película basada en la novela de Umberto Eco, el cine Principado se reconcilió con la Edad Media.
Noche de invierno sin helada y sin lluvia. Se conoce que aquello también pudo haber sido un aviso del llamado cambio climático, por mucho que no nos hubiésemos percatado de ello.
Y la última película que vi en el cine Principado fue “¡Ay, Carmela!”, de Carlos Saura, protagonizada por Andrés Pajares y Carmen Maura. Tengo para mí que acaso haya sido el momento cumbre como actor de Andrés Pajares, que protagonizó tantas y y tantas españoladas infames.
En todo caso, no deja de ser significativo que, en el mismo cine, en el que se proyectó, si mal no recuerdo, “Franco, ese hombre”, se haya podido ver también una película que da cuenta de la épica y la lírica de aquella España que perdió la guerra.
Cine Principado. Grandes películas, relato de unas representaciones teatrales que fueron anteriores a mi infancia y a mis recuerdos personales.
Una tarde de primavera cuando se proyectó “El Libro del Buen amor”. Una noche de invierno, cuando vimos “El Nombre de la Rosa” y una noche previa al verano cuando asistimos a la película de Carlos Saura que homenajeaba a aquella España perdedora.
Cine Principado. Casi siempre estaba llena la butaca de patio. Tenía un encanto especial su cafetería. Allí todo estaba cerca, espacios concentrados que, por supuesto, tampoco renunciaban a la voluntad de estilo.
Cada vez que paso por delante del edificio donde estuvo ubicado este cine, soy consciente de que aquellas películas de la infancia, la adolescencia, la juventud y el principio de la madurez no sólo forman parte de nuestra intrahistoria como generación, sino también de la propia historia de España.
Cine Principado, el inolvidable sabor de una chocolatina a deshora, aquel salón de cine en la planta baja donde, con independencia de la fila que nos tocase, nunca estábamos lejos de la pantalla. Aquella juventud que sacaba las entradas para ver a Raphael, al que conocía de sus apariciones televisivas.
Cine Principado. Con Carmen Maura haciendo de heroína, la justicia poética se cumplió. Con Sean Connery, investigando crímenes y descubriendo al culpable del veneno, la verdad, también histórica y científica, se hacía y se hizo camino.