Mientras el ser humano se limite esperar que los demás le saquen las castañas del fuego, le motiven desde fuera, le empujen, subvencionen y decidan por él, estará condenado a ser pasivo, dependiente, inmaduro y dejará en manos de la gente su destino. Vivirá a expensas de la ayuda exterior anulando en gran parte su capacidad de solucionar sus problemas y en la misma medida dejará de ser agente de su vida para pasar a ser un sujeto paciente, quedando menoscabada su percepción de autoeficacia.
Por eso es recomendable no educar a los hijos en la ayuda constante, en la protección desmedida, en la subvención y en las facilidades por sistema, porque acabarán siendo incapaces de tomar en sus manos las riendas de sus vidas. Si además tienen la mala suerte de vivir en una sociedad y cultura de subvenciones, como ocurre en Asturias, el problema se agrava doblemente pues en ese caso es la sociedad entera la que se expone a afrontar el riesgo de quedarse parada, con la voluntad colectiva anestesiada y la motivación de superarse adelgazada. Convertirse en agentes de nuestra propia vida es ser artífices y protagonistas de nuestra salud, nuestra riqueza, nuestra fortaleza y nuestro atractivo en cuanto que personas.
Todo son ventajas y no hay inconvenientes en eso de pasar de la pasividad, de esperar de Dios, de nuestros gobernantes, de los padres y de fuera, en definitiva, la solución que solamente a nosotros nos compete. Pero eso exige una revolución mental en nuestros planteamientos y premisas mentales, un derribo de nuestras barreras cognitivas y de nuestra pereza. Pasar de inmediato a la acción, aún a riesgo de equivocarnos, es la consigna y sólo de esa forma será una realidad que el individuo se perciba a si mismo como poseedor del control de su vida. Es más incómodo, eso es seguro, pero vale la pena para no tener que lamentar después la dependencia y para no perder libertad, que todo hay que decirlo.
Este es pues el dilema, delegar responsabilidades y quedarse a la espera de lo que nos deparen o pasar a la acción. Hay que acostumbrarse a hacer otra lectura de esa tendencia nuestra tan arraigada de esperar que sean los demás los que tiren de nosotros y vengan en nuestra ayuda. Mientras no se demuestre lo contrario los responsables de nuestro propio destino somos nosotros mismos y no hay que dejar que los demás tomen decisiones sobre nosotros y en lugar de nosotros. ¿O no?