Le gustaban los coches, pero al no disponer de fondos suficientes para uno nuevo compró un segunda mano. Lo vio tan reluciente, tan limpio, poco kilometraje y en apariencia bien tratado que lo supuso en buen estado, optó por probarlo y conducirlo y lo compró sin más, convencido de su acierto. Pero empezó a fallar a las pocas semanas y le decepcionó, cuando era tarde y ya no había remedio. Se había precipitado y dejado llevar más bien de la apariencia, como les pasa a muchos al elegir una pareja.
Algunos, muchos diría yo, llevados de la buena impresión en una noche regada con alcohol, en una fiesta de glamour o en una ensoñación un día cualquiera, eligen su pareja y se embarcan en una relación, boda incluída, sin haberse detenido a pensar bien las cosas, a analizar lo que su elección implica en el futuro, a estudiar si el otro no tiene muchos fallos para que la probabilidad de ajuste entre los dos sea elevada. No analizan si el otro o los dos cuentan con serios lastres, con cargas, con rarezas, manías, con dependencias o esclavitudes respecto a sus familias que luego les impidan seguir desarrollando y alimentando el afecto incipiente, la llama del amor y atracción que sentían mutuamente. Y al poco tiempo se sorprenden al ver las deficiencias y choques que, con el roce, el ajuste hace aflorar cuando quizás ya es tarde.
Elegir pareja es un tema arriesgado, es asunto difícil incluso aunque ambos cuenten, de partida, con amor abundante y por eso hay que hacer con prudencia algunos cálculos y prevenir consecuencias indeseables. Con más razón aún si no abunda el amor es necesario estudiar, valorar qué preferencias tiene el otro, qué manías y rarezas, qué lastres y qué conejos dentro de la chistera para evitar después sustos y graves decepciones. Lo cortés no quita lo valiente. No es que el escepticismo haya que ejercitarlo desde el mismo momento en que se elige pero aunque la ilusión, la excitación y la atracción se apoderen de uno hay que pararse un poco y ver los pros y contras y, si estos últimos son serios, no embarcarse en inconscientes aventuras.
La precaución no está reñida con el placer que se pueda sentir estando con quien nos satisface. Si bien un coche se puede cambiar por otro sin mayores molestias y perjuicios, cambiar de pareja supone siempre un alto precio emocional y a distintos niveles, como saben algunos. Elegir bien pareja es una decisión de gran calado y hay que tener prudencia.