Si constituímos una sociedad acordamos cuales serán las reglas de funcionamiento de la misma para que todo el mundo sepa a qué atenerse. Si vamos a hacer una operación con el banco ya nos leen de antemano las condiciones y las normas aplicables para saber desde ese instante qué debe hacer el banco y qué nosotros. En muchos aspectos de la vida que implican relaciones personales se suelen señalar las condiciones, normas y requisitos para que tales relaciones evolucionen normalmente y así y todo siempre surgen malentendidos y conflictos.
Sin embargo, ¡qué curioso y qué contradictorio! Cuando dos que se quieren deciden formar una sociedad bien sea en matrimonio o en pareja de hecho casi nunca se sientan previamente y antes de convivir para fijar cuales serán las reglas del juego a las que ambos se han de someter, acordar y respetar a partir de ese instante. No acuerdan qué responsabilidades asumirá cada uno, qué régimen económico seguirán, cómo se relacionarán con las familias respectivas, si van a tener hijos o no y qué tipo de educación pretenden darles. No acuerdan cómo repartirán el tiempo libre, qué espacios tendrá cada uno de ellos y cuando y qué espacios o tiempos compartirán, cómo y donde vivirán y qué harán en caso de conflicto en estas áreas. Quizás piensan que no hay necesidad. Simplemente llevados por el amor, la atracción, la rutina, la corriente de la vida o las exigencias del trabajo se embarcan en la convivencia y luego ¿qué sucede?
Que pasado algún tiempo surgen conflictos que no se habían previsto y los resuelven a base de discusiones o de voces, de riñas y de enfados. Que se empiezan a hacer interpretaciones personales subjetivas sin contrastarlas ni hablarlas con sosiego y con calma y la temperatura de las acusaciones va en aumento y se puede acabar tirando por la borda el cariño que dicen que se tienen y el amor que parecía iba a ser duradero. Empiezan a vivir juntos y a afrontar las cosas como vienen o según el estado de ánimo en el que se encuentren. Y así sucede luego lo que todos sabemos, hoy tan frecuentemente.
¿No es el vivir en pareja o el matrimonio una sociedad de dos? Entonces ¿por qué no aplicar los principios y las normas que se aplican en toda sociedad? Si se quiere tal como van las cosas mejorar la convivencia de pareja y familiar no queda más remedio que acordar de antemano el régimen que los dos se van a conceder y esforzarse en cumplirlos. Y así y todo…habrá muchos problemas.