No me sorprende, la verdad, la escasa capacidad de encajar frustraciones que tienen hoy nuestros jóvenes ciudadanos en líneas generales. Se nota por las muchas reacciones de fastidio, de queja y de protesta airada que presentan ante pequeños contratiempos y contrariedades que de cuando en cuando les sorprenden. Acostumbrados como están a que se les despeje su camino de obstáculos y estorbos, cuando el devenir les frustra impidiéndoles conseguir lo que desean, reaccionan como si de una tragedia se tratase o poco menos y por poco pierden el control de sus nervios y acciones.
El fracaso, sin embargo, que no es sino la negación de la consecución de nuestros legítimos deseos, deambula por las calles de nuestra existencia y nos sorprende cada dos pasos y el de en medio. La frustración forma parte integrante de la vida. Unas veces procede de los fallos ajenos y otras de nuestros propios fallos pero es y sigue siendo ineludible. De ahí que quien no asuma esta realidad no puede madurar y no puede alcanzar un nivel de equilibrio y de sana mesura. No hay madurez sin sufrimiento y no hay comprensión global de la realidad sin aprender a encajar la adversidad y las limitaciones que ofrece la existencia.
La vida implica sufrimiento y lo seguirá implicando siempre, por mucho que avancemos y progrese la ciencia. Por eso conviene entrenarse poco a poco en la gestión del fallo, del fracaso y elevar el umbral de nuestra resistencia a la frustración. El éxito no es duradero siempre ni el fracaso es fatal, como dice el aforismo. Hay que aprender y entrenarse en encajar la decepción, la desilusión y el fracaso so pena de perder los papeles, el control de uno mismo y quedar a merced de la rabia, el llanto y otras emociones negativas. No debemos secuestrar a nuestros hijos ni a nosotros mismos del pequeño y mediano dolor. Si lo hacemos ¿cómo sabremos afrontar después el dolor elevado cuando llegue? Hay que aprender a esperar que las cosas no saldrán conforme a nuestros deseos y expectativas, sin perder el control y el equilibrio y sin dar la sensación de que somos frágiles criaturas propicias a rompernos en pedazos cuando la infelicidad llame a la puerta.
Hay que aprender a ver la vida en perspectiva y a no hacer de un grano una montaña ni una gran cordillera. Esto es tan actual en estos tiempos como en tiempos de Sócrates o de Alejandro Magno. La serenidad ante los fallos sigue siendo una virtud necesaria para la salud mental del ser humano.