Lo dijo el poeta Jalil Gibram escuetamente: “vuestros hijos no son ya vuestros hijos”. Pero este pensamiento entra difícilmente en la mente de los padres, sobre todo de aquellos padres convencidos de que deben manejar a sus hijos no sólo cuando son pequeños sino incluso cuando ya están emancipados. Esos padres que aunque sus hijos tengan 30 o más años les siguen tratando como si fuesen menores, como si fuesen sus pequeños aún.
Una gran mayoría de padres no se puede aguantar sin intervenir en la vida de sus hijos, aconsejándolos, cuando no exigiéndoles, algún tipo de actuación acorde con la expectativa que tengan sobre ellos. No son pocos los que obligan a sus hijos ya emancipados a que den cuentas de sus actividades, a que hagan determinadas cosas como los padres esperan de ellos. No digamos ya si esos padres tienen que ayudar a sus hijos económicamente. En esos casos los padres consideran totalmente normal exigirles ciertas contraprestaciones y les comprometen en reciprocidad.
Que los padres ayuden a sus hijos es una obligación pero no es una obligación que sus hijos tengan que reaccionar como sus padres mandan si ello lleva consigo una anulación de sus iniciativas o forzarles a realizar acciones no contempladas por los hijos en sus negocios, parejas, familias etc. Los padres, cuando los hijos son mayores, pueden limitarse a aconsejarles, siempre pidiéndoles permiso y dejando claro que no quieren entrometerse en sus vidas, pero deben cuidarse de tratarlos como si fuesen menores de edad. Aunque este es un tema delicado porque puede haber muchos matices quisiera dejar claro que me refiero a que los padres no intervengan ni manipulen la vida de sus hijos cuando estos tratan de vivir su vida autónoma e independientemente sin arrastrar a los padres en ello. Si les implican es distinto: tienen derecho a defenderse.
Los padres más proclives a ese intervencionismo y manejo son aquellos que organizan su vida en función de sus hijos sin cuya relación estrecha parece que su vida carece de sentido. Hay que procurar tratarlos como adultos, con su propio criterio, con derecho a equivocarse y con seres dotados de libertad de elección y de responsabilidad. Pero eso requiere asumir que sus hijos, aunque los han traído al mundo, no son sus hijos ya, sino unos ciudadanos que necesitan realizarse como adultos hechos y derechos con plena independencia.