Habrás oído hablar de la muerte súbita, de la muerte cerebral y de otras pero no sé si has oído hablar de la muerte psíquica. Y seguro que sabes de qué va. Yo la he visto varias veces, la última recientemente. Es muy desagradable el espectáculo y no le deseo a nadie ese tipo de muerte ni tampoco contemplarla porque deja amargor de boca. Era un varón de unos cincuenta años, de 1.75 de estatura aunque menguado, con barba de tres días, mirada huidiza y distraída, parco en palabras, y de volumen bajo, andar lento y pesado, algo descolorido, nervioso y agitado sin parar de mirarse las uñas y resoplar de vez en cuando. Comenzó a decirme sin rodeos que el día anterior cuando iba conduciendo pensó acelerar y lanzarse en su coche por un acantilado, pero en los últimos segundos la imagen de su hijo le llevó a esquivar el precipicio. Decía que desde hacía unos meses ya no tenía ilusiones a pesar de que siempre fue un adulto curioso, innovador y enredado en proyectos. Decía que se pasaba el tiempo metido en la cama por el día. Que estaba de baja y que la oscuridad había inundado su cerebro y sus entrañas. Que sólo sentía desgana, tristeza y desolación interna.
Que se odiaba de verse de esa forma y que nunca hubiera imaginado llegar a tal estado. Que había perdido toda esperanza de mejorar de su intenso malestar y no se imaginaba recuperando el interés por los demás y por la vida. Que aunque necesitaba vitalmente dormir para olvidar no conseguía dormir más de tres horas y se pasaba la noche desvelado y torturado por sus pensamientos al no ver solución a su problema y a su estado a pesar de estar tomando sus antidepresivos. Ya no quería vivir y nada le gustaba.
Su casa era un desorden, un desastre y su falta de higiene una realidad abrumadora. Ya no podía pensar y escuchar era un suplicio del que quería escapar porque rechazaba los contactos, la ayuda ofrecida y los consejos que los demás le daban. “Ya no puedo salir de este agujero, de este pozo”, decía. No tengo fuerzas ya y nada me interesa. Había muerto psicológicamente aunque aún respiraba y se movía.
Era un muerto psíquico viviente que acudía a que se le reanimase, si aún había esperanza. Le había matado la depresión y la desesperanza. Esa es la muerte psíquica, que consiste en vivir pero estar muerto. La describo buscando provocar el horror para evitarla.