Le mostraré cómo se puede domesticar una pulga, lo que permitirá sacar luego algunas conclusiones por extensión del caso. Prepare un bote de cristal, limpio y seco por dentro. Coja una pulga si se deja, métala en el frasco y tápelo enseguida por si escapa. Una vez dentro de él la pulga comenzará a saltar para escaparse (pues su naturaleza es saltarina) y se dará una serie de golpes con la tapa hasta que, llegado un punto, la pulga dolorida por tanto golpe adverso se posará en el fondo del frasco y renunciará a seguir saltando. La pulga en ese instante ya está domesticada, bloqueada, asustada de tanto golpearse la cabeza. Habrá cogido miedo. Así de fácil. Este ejemplo de domesticación me sirve para aplicarlo también (son multitud los que lo aplican) a los seres humanos.
Cojamos un ser humano, sobre todo si es niño, y en cuanto que podamos digámosle con fuerza “no puedes”, “no lo intentes”, “siempre te portas mal”, “así no llegarás a ningún sitio”, “eres tonto”, “me tienes hasta el gorro con tus meteduras de pata y tus errores”. Todos estas expresiones equivalen a golpes virtuales en su coco, en su afán por explorar, por querer hacer cosas o por ser un rebelde. Si los oye con fuerza y con frecuencia o delante de gente, esos educadores conseguirán en poco tiempo que el niño no se atreva a tomar la iniciativa o resolver algún problema, a explorar en su vida o a ser él mismo a su manera.
El miedo a tanto golpe, que cree le está esperando, le hará quedar inhibido, aplastado, bloqueado, frenado en sus intentos y con rabia contenida. Sencillamente quedará domesticado, impidiéndole el miedo ser creativo, resolutivo tomar iniciativas en todos los sentidos de su vida. Mucha gente circula por la calle con la cabeza aplastada por los golpes que sufrió su autoestima, aunque en su aspecto exterior parezcan muy normales. Su cabeza aplastada de tantos mazazos recibidos y su capacidad de decisión disminuida. Y es que cuando alguien se cree a pie juntillas que no vale o no puede, podemos afirmar que tiene la autoestima en los talones. Como padres que quieren lo mejor para sus hijos no se entiende que sean tan destructivos si no es desde la perspectiva de que lo que hagan sus hijos les molesta por distintas razones.
Y tampoco se entiende ese trato con otros seres queridos. Hay otras formas de decirles que cambien, que se esfuercen, que trabajen, que cumplan con sus obligaciones. Otras formas y otros tonos que no sean tan lesivos para el autoconcepto de la gente. Confundimos educar con desahogarnos.