En general es positivo que haya dificultades para entrenar la voluntad e ir fortaleciendo la conciencia de que la vida no es precisamente fácil, aunque tampoco sea todos los días un valle de lágrimas. Si acostumbramos a nuestros hijos a darles todo tipo de facilidades porque nos da pena que sufran o porque vemos que los padres de sus amigos se las dan o porque la vida está montada de esa forma, les estamos perjudicando para cuando crezcan. Aunque es difícil sustraerse a esa tentación los padres tienen que tener claro que el camino de las excesivas facilidades y concesiones conduce más al fracaso que al éxito. Pensamos erróneamente que es mejor que no sufran privaciones ni escaseces y hasta cierto punto es lógico pero las privaciones y carencias razonables son una ayuda inestimable para el autocontrol que todos necesitamos entrenar y del que es bueno disponer a lo largo de nuestra existencia. Y hablando del dinero, como quiera que el dinero es el que abre más puertas a todo tipo de experiencias y sensaciones, el que permite adquirir casi todo, es un tremendo error proporcionarles más dinero del que necesitan razonablemente, porque a partir de esa costumbre se establece en ellos la sensación de que las cosas no valen lo que valen. No captan el valor de las cosas mientras no les cueste trabajo el adquirirlas. Si les damos dinero en abundancia pierden la oportunidad de establecer esa relación entre esfuerzo y recompensa. Nuestros hijos tienen que aprender a valorar lo que cuesta ganar el dinero y si se les da sin más, no lo pueden valorar. De ahí a pedir creyendo que con ello se consigue o a jugárselo al pocker, la primitiva o las apuestas deportivas hay un pequeño trecho. No se les puede dar dinero fácil a los niños. Y tienen que acostumbrarse a ganárselo a base de esfuerzo. Gratis, casi sólo el aire que respiran. Ya me entienden.