Ser infiel a la persona amada es probablemente es acto más doloroso que existe en las parejas por cuanto lo que indica es que la persona en ese tiempo o instante nos importa un carajo. Es probablemente el mayor ataque a la autoestima de la víctima porque le estamos dando a entender que en ese tiempo o durante ese acto queda completamente relegada en nuestro corazón y nuestra atención y cariño. Es en definitiva una traición al compromiso que se supone hemos adquirido con la persona que decimos que amamos pero que en realidad no amamos como ella se merece sino como a nosotros nos conviene. Y como además suele ir acompañado de silencios y mentiras la ofensa es mayor aún, porque estamos cometiendo una injusticia. Ser infiel a la pareja es subordinarla a otros intereses que no son los adecuados. Es ponerla en un segundo plano y es una puñalada por la espalda. Que si somos humanos, que si la carne es débil, que si un resbalón no significa nada, que fue una cana al aire y otras expresiones no dejan de mostrar sino la intención de minimizar el acto, pero el acto en si mismo, es una ofensa, que deja malherida en muchísimos casos la confianza mutua. Que total fue un descuido o un calentón, a veces nos decimos. Cierto, pero eso no quita importancia y gravedad a la traición. Aunque la relación se reanude no se puede evitar que quede la herida mal cerrada y su recuerdo acompañe al sujeto traicionado. Que si esto en estos tiempos es normal, que si hay muchos estímulos que nos llevan a ello y que junto al aburrimiento o la rutina es natural caer en la tentación. Sí, pero se mire por donde se mire desde el punto de vista ético no deja de ser una ofensa y un desprecio, además de una bofetada en plena cara. Una cosa es que sea un hecho real en nuestra sociedad, una tendencia o una práctica al uso y otra que no deje de ser un ataque frontal a la confianza en la pareja. Se la puede adornar, justificar o pueden explicarse las causas del desliz, pero no deja de ser una deslealtad hacia nuestra pareja.