Varias veces he escrito sobre el comportamiento de muchos hijos y la erosión y dolor que eso supone para sus padres, pero ahora me toca meterme con los padres, porque no siempre los padres tienen toda la razón ni hacen las cosas bien por muy buena intención que pongan en ello y menos aún si no la ponen. Directamente al grano. Los padres pueden tener los problemas que tengan pero es su obligación moral, no la de disimularlos porque muchas veces no se puede y otras los hijos deben ser conocedores de su existencia, pero si la de no descargar nunca en los hijos sus depresiones, su mal humor derivado de la frustración de no llevarse bien con su pareja, no usarlos como aliados en contra del otro progenitor, no desahogar con ellos sus frustraciones matrimoniales ni delegar en ellos para que resuelvan los problemas que solo a los padres les incumbe. No estoy diciendo que haya que consentirles todo y aislarles del sufrimiento a toda costa porque no es educativo ni lógico. Lo que digo es que las frustraciones de cada uno o las cargas que cada uno de los padres soporta, quizás producidas por otras terceras personas o por su propia culpa, no deben descargarse sobre los hijos. No hay derecho. No deberían ser los hijos testigos mudos ni mucho menos partícipes de las tensiones graves que tienen sus padres porque no se quieran o se odien incluso. Pueden ser ellos desgraciados, pero eso no autoriza a hacer desgraciados a los hijos hasta el punto de contaminarlos de su malestar, de su acritud y de sus depresiones. Y si no, mejor no haberse embarcado en la aventura de tenerlos. Los padres tienen muchas responsabilidades y una de ellas es no hacerles desgraciados, pudiendo evitarlo. Repito, no se trata de ponerles alfombras para que al pisar no se hagan daño, pero tampoco de ponerles pedruscos en su camino para que sepan lo que es bueno. Humanos somos todos y en cuanto tales imperfectos, pero tratándose de los hijos, no debe descargarse sobre ellos la ira por los propios errores de los padres ni esponjarlos con la decepción que ellos puedan sentir personalmente. No tienen los hijos la culpa y por tanto no pueden deteriorar las ganas de vivir y menos la salud mental de sus vástagos. No tienen ningún derecho y sí la obligación de comportarse de forma que sus hijos se animen a luchar por ellos mismos y disfrutar en lo posible. No sé si me he explicado.