Que una madre ayude a sus hijos es tan natural como que al ponerse el sol aparezca la noche. Pero ¿qué ocurre si esa madre a medida que el hijo crece y crece sigue allanándole el camino para que no tropiece, sigue haciendo por él lo que él puede hacer por sus propios medios y sigue protegiéndole como si no fuese capaz de valerse por si mismo? Dos cosas, que el hijo se acostumbra a esa actitud subvencionada, se acomoda y no desarrolla el músculo del esfuerzo en la medida en que su madre se lo da todo hecho y que llega un momento en que la costumbre se hace una ley que se espera que la madre la cumpla y si la transgrede habrá problema. Cuando el niño es muy pequeño es lógico que no cuestione esa actitud materna. Ni el niño tiene capacidad de juicio ni falta que hace, porque lo esperado es que reciba ayuda y protección de sus padres. Pero no así debería suceder si el hijo tiene dieciocho, veinticinco o treinta y seis años, como sucede en muchas ocasiones. Parece que es el hijo quien ha de darse cuenta de que ya es mayorcito y tiene que sacarse sus castañas del fuego y parece que es lógico que la madre deje de tratarlo como si fuera chico y hacer por él lo que a él le corresponde por sentido común y por justicia. Sin embargo las dos actitudes se realimentan. A medida que la madre se vuelca en dar facilidades, el hijo se acomoda, aunque sea ya un hombre hecho y derecho y a medida que el hijo pide o exige la madre va cediendo porque en el fondo cree que debe hacerlo. Tienen pues los dos la culpa de esa dependencia mutua exagerada. Hay casos que claman al cielo como que una madre vaya a casa de los hijos a hacerles la colada y la limpieza aunque ellos trabajen y ganen para ello o les hagan la comida para que tengan solo que calentarla al volver del trabajo o que sean los hijos quienes pidan a la madre que cumpla esas funciones sin plantearse si la madre está cansada ya de ser madrona o necesita descansar y pensar en si misma. Hay tanto pan como queso y quien tiene que cambiar a esas edades son los dos miembros del tandem. Pero si el hijo no cambia porque se siente agusto y a nadie amarga un dulce, ha de cambiar la madre, dejando de tratarlo como a un menor, so pena de que crea que ha nacido para servir al hijo sin descanso. Donde digo madres, digo padres. Con esto de la crisis hay casos en que los padres tienen que llevar a sus hijos a la casa familiar pero también con esa excusa hay mucha aberración que se está cometiendo. ¿O estoy exagerando?