“Nada es dificil para quien tiene voluntad”. Puede a uno gustarle algo y automáticamente volcarse en su realización, en cuyo caso la voluntad lo tiene fácil y aun así es necesaria la contribución de esta potencia. Pero cuando algo debe ser alcanzado, aunque no nos encante, de partida, es cuando la puesta en funcionamiento de la voluntad resulta imprescindible para asegurarnos el logro. La voluntad indómita o prometeica, la firme voluntad entonces arrasa cual bulldozer, derribando a su paso cuantos obstáculos se encuentra el individuo en su camino. Actúa de tal manera que la resistencia o bien se vuelve inútil o queda seriamente reducida. ¡Bingo! El mundo está lleno de personas que, incluso no gozando de elevado talento, se proponen conseguir alguna meta, cumpliendo con constancia día a día y determinación el plan que han proyectado. Cuanta más claro esté el proyecto, más fácil poner la voluntad a su servicio, pero la claridad no es suficiente, hay que sumar esfuerzos. Esa suma de esfuerzos sucesivos no solo fortalece la voluntad sino que aumenta la percepción de autoeficacia hasta llegar el momento de la euforia, la plena satisfacción y el orgullo de uno mismo, hasta el punto de considerar lo imposible posible y lo difícil fácil. La voluntad nos salva, mucho más que el talento, de cualquier hundimiento y nos hace levantarnos con decisión después de las caídas. Directamente relacionada con la fuerza del deseo, con la pasión que pongamos esta potencia es esencial para saborear el éxito. Sin voluntad somos volubles, frágiles, vulnerables, somos hojas llevadas por el viento, somos carne fofa, somos la abulia andante, somos cercanos al desastre. La voluntad es quizá el mayor tesoro en el terreno de la praxis y la mejor garantía de conseguir el éxito. La poseemos todos como potencia, pero se activa o no en función del deseo intenso y la pasión que pongamos. Quien pronunció la frase “Querer es poder” lo hizo con gran acierto.