Estoy de acuerdo con Elsa Punset cuando dice que la soledad mata más que el tabaco. Es una muerte que se anuncia y ve venir lentamente sin que quien la padece pueda hacer mucho, sobre todo si es muy mayor y vive abandonado. Pero no hace falta ser viejo para sentir sus efectos. Los sienten todos aquellos que, llegado el momento de necesitar de caricias o de abrazos, de contacto fisico, de una palmada en el hombro o una frase oida en directo, de contacto ocular, carecen de todo ello. En esta sociedad se va imponiendo la relación virtual, fugaz, evanescente, precaria de las redes sociales o del wasap, pero el verdadero contacto físico y presencial va perdiendo terreno por momentos. Y sin embargo es lo que nos alimenta, sentir al otro empático, cercano, presente, echándote una mano aunque solo sea para escuchar tus cuitas y tus preocupaciones. La gente paga ya por hablar vis a vis, por sentir que tiene delante un ser humano que le atiende y le pone en el centro de su atención más allá de unos fugaces segundos. La soledad es justo lo contrario de nuestra dimensión social, del amor, de la conversación presencial directamente expresada y recibida, de la compasión, pero sobre todo de la cercanía física y el contacto. La soledad mata porque quien se siente solo pierde el significado de su alteridad y se aisla del ambiente o el ambiente se aisla de él por muy rodeado que viva por la gente. Mientras uno se vale y ocupa plenamente su tiempo con miles de proyectos, la acción erosiva no es tan fuerte pero desde el momento en que uno se encuentra desocupado o jubilado la erosión resulta galopante. Por eso la mejor forma de paliarla es procurarse contactos frecuentes y reales, frente a los virtuales, es sentir los abrazos, las caricias, las palmadas, la voz de quien te escucha, la invitación al encuentro, compartir el espacio y las desdichas, el juego, el viaje, la excursión, la comida, el sexo y el erotismo gratificante y escuchar que te dicen lo que vales, te quieren o te estiman. Paliar la soledad se va a convertir en una exigencia social si queremos salvar a las personas del sinsentido del aislamiento y del olvido. Lo contrario de la soledad es la relación, pero no solo virtual sino real en el sentido que la palabra “realidad” ha tenido a lo largo de los siglos. Hay que pararse a hablar mas o más tiempo, sin demasiada prisa, por la calle o en presencia de quien nos interesa, no para contar tan solo nuestras penas sino para cambiar impresiones, intercambiar opiniones, sentimientos, actividades o proyectos. Relacionarse más con cualquier excusa para sentirse conectado con los demás. Y luego el aperitivo de las redes sociales, que está muy bien también. Pero no dejar que nos mate la soledad.