Sin duda uno de los más potentes resortes sociales para arrancar la motivación positiva de las personas y sus reacciones favorables es el elogio, la alabanza o el halago.
Su poder, debidamente usado, puede ser tan eficaz y mágico como ineficaz e incluso contraproducente si se administra mal.
Tiene mucho que ver con la conocida pirámide del visionario Maslow inventó y que tan bien refleja la escala de necesidades humanas.
La que cubre con creces el halago es la necesidad de reconocimiento que todos transportamos. Sentirnos, reconocidos, importantes a los ojos de los demás o que resalten nuestros méritos y logros es, después de las necesidades físicas, probablemente la más potente y de más mágicos efectos, cuando es debidamente satisfecha.
Todos andamos, aunque no lo expresemos verbalmente, ansiosos de ese gran refuerzo social. Pero como su uso eficaz está sujeto a algunas condiciones, vale la pena repasarlas, aunque sea brevemente.
Ha de ser inmediato y pierde tanto más fuerza cuanto más tiempo medie entre su administración y el logro, aunque no pierda toda la fuerza con el paso del tiempo.
Habrá de ser sincero: si es falso se le verá el plumero al halagador y puede incomodar al halagado. Habrá de ser natural y espontáneo: forzado no es lo mismo. Debe ser proporcionado al logro. Si es desproporcionado ruboriza. Habrá de ser merecido también, por consiguiente.
Puede halagarse a la persona entera pero es algo que resulta arriesgado porque la persona no es perfecta.
Como no cabe error es resaltando el acto acción, la obra, la hazaña, el éxito, el logro, el efecto o la causa, el proceso o el resultado, el esfuerzo, los pasos…Luego, el halagado trasladará la sensación a toda su persona. En estas condiciones es mágico. Tan mágico como escaso en nuestras relaciones personales. Habría que elogiar más en público y privado.