Es una enorme paradoja y un motivo de importante sufrimiento saber, valer, tener habilidades, poder hacer algo, pero estar convencido de que no se sabe, no se vale o no se puede. Es como estar en un potro de tortura, entre dos realidades, la que es y la que creemos o estamos convencidos de la que es, aunque esta segunda es más realidad que la primera por aquello de que “lo que vemos o pensamos es todo lo que hay o lo que existe en ese instante”. Eso es la baja auto-estima, la distorsión de la percepción. Es empeñarse en ver lo que no hay o empeñarse en no valorar lo que se hace y se hace bien. Quien no es capaz de valorar adecuadamente lo que sabe hacer y hace, aunque sea con esfuerzo, está condenado a impermeabilizarse o quedar ciego y sordo a lo que los demás nos dicen positivo y ven. Ya le pueden decir maravillas de él mismo, estará convencido de que se lo dicen por quedar bien, por animarle sin razón o por cortesía o por pena. Al estar impregnado de esa convicción tan negativa estará practicando la profecía autocumplida. “Eu morro, Eu morro”, como diría el gallego pesimista y “morrió”, y murió, como no podía ser de otra manera. Tener baja autoestima es tener el motor estropeado, es echar a perder el principal valor, el principal sostén o apoyo interior con el que debemos contar. ¿Tiene solución esto? Pues claro, mujer u hombre, por supuesto. Solo hace falta hacer tres movimientos: disponerse a cambiar la autopercepción negativa, ponerse a hacer pequeños progresos día a día y, sobre todo, tomar conciencia de que esos progresos ¡los has hecho tú! Pero hay que ponerse a ello con constancia. No vale una vez al mes. Hay que tener presente que la forma de vernos y pensarnos no se ha edificado de la noche a la mañana, han sido muchas veces practicada. Por eso hay que practicar miles de veces en sentido contrario y …¡bingo! acaba funcionando. No hay labor más satisfactoria que aumentar nuestra autoestima a niveles satisfactorios. Es una fuente de libertad, de gozo y de sentido de la autoeficacia.