He vuelto del paseo matutino acongojado, más bien triste y en cierta medida conmovido. Me ha contado una madre, llorando, lo triste que se siente al ver cómo el marido maltrata de palabra diariamente al hijo, a su único hijo, ahora con casi treinta años, en paro y teniendo que vivir en casa de los padres por falta de dinero para pagarse un piso y vivir de forma independiente. No soporta esa madre el tono despectivo y humillante que el padre utiliza contra su propio hijo. Quizás porque su padre tiene más de cincuenta no alcanza a entender que el hijo esté en otro registro. Al parecer el padre no soporta que el hijo se levante bien entrado ya el dia y ande mañana tarde y noche colgado de su movil. A mis años, suele decir a su mujer, yo era más responsable. El caso es que el chaval se ha comportado bien en el trabajo que hace meses tenía pero el padre lo tiene eso olvidado. Lo que acude a su mente es que su hijo es un vago indecente y asi lo hace saber, no importa que haya gente. Asi que el chico, este chico porque otros bien se rebelan, anda como encogido y con miedo a su padre, con la autoestima baja, por los suelos y deseando no verle aunque tiene que verlo por las tardes de vuelta del trabajo. Es natural que los padres deseen que sean sus hijos personas responsables y maduros y cumplan como deben sus quehaceres y sus obligaciones. Y les deben reñir de vez en cuando si los hijos no cumplen, pero cebarse en ellos con comentarios despectivos e hirientes nacidos de la frustración lo que consigue es que la comunicación se deteriore, si no rompe, que el ambiente familiar se enrarezca y y que la pareja se coloque en riesgo de ruptura. Una cosa es que los padres se molesten si el hijo no cumple como debe y otra echar por la boca frases tan negativas que dejen a esos hijos hundidos, con afán de venganza o ganas de perderlos de vista. Eso sí que es una catástrofe.