Antes solían llamarse así: habilidades sociales, y me gusta mucho el nombre, pero a raíz de que el concepto de inteligencia emocional haya irrumpido en el mercado con la fuerza que lo ha hecho lo de habilidades sociales se ha sustituido por el de inteligencia emocional.
Sea lo que fuere lo cierto es que este tipo de habilidades es tan importante para desenvolverse en los ámbitos laborales y sociales como los conocimientos técnicos y en algunos casos aún más, pues puedes saber mucho o dominar un tema, pero si no sabes relacionarte bien te quedas con tus conocimientos y no avanzas.
Si todo repercute, como diría Lao-tsé, en el mundo social todo lo que hacemos y decimos y cómo lo decimos puede tener una repercusión extraordinaria.
Nuestro comportamiento es funcional, es decir estamos en función de aquellos con quienes tratamos y ellos en función de nosotros y por tanto hay que tener mucho tacto para evitar consecuencias a veces funestas que se vuelven contra nosotros.
Todos somos una caja de resonancia emocional y el eco que produce en nosotros o en los demás lo que se dice y hace tiene repercusiones favorables o desfavorables en función de cómo se encuentre el interlocutor, cómo nos encontremos nosotros y cómo nos expresemos.
El momento, el lugar, la situación, el contenido y las formas y tonos de voz y el método elegido deberían ajustarse al interlocutor.
Si lo que predomina es nuestro estado emocional y a partir de él actuamos sin más, podemos encontrarnos con sorpresas.
Dado que actualmente, debido al alto estrés en que vivimos, los nervios y la suspicacia están a flor de piel, la inteligencia emocional pide que cuidemos esa repercusión, si se nos antoja negativa o adversa.
Piénsese que los efectos no se derivan siempre de inmediato y por ello nos pueden explotar en pleno rostro al cabo de algún tiempo, dejándonos perplejos, pues no encontramos explicación a esa reacción del otro cuando realmente la tiene, pero que fue incubada un cierto tiempo.
La habilidad social consiste en adaptarse al momento, a la persona, a su estado y situación y así ese ajuste producirá buenos efectos. Pero se impone un cierto autocontrol. Sobre todo recordando aquello de “palabra y piedra suelta, no tienen vuelta”.