Somos un saco de apetencias o deseos, de impulsos, unos ciegos y otros razonables que piden o demandan constantemente ser satisfechos y no hay nada de extraño en ello porque esa es la dinámica de cualquiera de ellos. La satisfacción es al deseo como la noche al dia, se complementan.
Pero la realidad es que, si entramos en ese flujo, tendremos asegurado el conflicto en las relaciones personales porque chocarían nuestros deseos con los de los otros con muy alta frecuencia, produciéndose disfunciones, luchas, y encontronazos en los que sólo ganaría el más fuerte. Y ello iría en claro detrimento de los débiles, que siempre serían más. Por eso la sociedad a través de sus leyes trata de regular nuestros comportamientos y con ello la satisfacción de nuestros deseos, aunque muchas veces nos cause frustración.
Pero habría otro conflicto, esta vez interior a nosotros. Satisfacerlos llevaría a una suerte de saciedad, saturación y de infelicidad porque la felicidad está en el equilibrio entre la satisfacción y la insatisfacción.
A poco que observemos a nuestro alrededor todo está lleno de límites precisos y señalados incluso en las sociedades más permisivas. Son totalmente necesarios. Sin embargo en nuestro interior no existen delimitados tales límites, salvo los impuestos en el terreno de la salud, ya que si nos excedemos podemos pagar un alto precio. Es necesario enseñar al ser humano, y ahí reside gran parte del sentido de la educación, a autorregularse, es decir a aprender donde se encuentran los límites que, caso de traspasarlos, se derivaría un daño, un perjuicio y un cierto sufrimiento.
Saber ponerse límites adecuados es un ejercicio de sabiduría personal y de prudencia y de autocontrol. En la medida en que el ser humano necesite más del control externo (o límites externos) que del interno demuestra su grado de inmadurez y por el contrario en la medida en que es capaz de autocontrolarse y regularse su grado de autonomía, madurez y sabiduría es mayor.
Los límites son necesarios y necesario es ponérselos uno mismo y saber aceptar los que vienen impuestos y adaptarse a ellos sin estridencias. Y es sano, aunque moleste.