Todos queremos convencer o persuadir a los demás cuando necesitamos de ellos, cuando nos dirigimos a ellos pidiéndoles un cambio o aceptación de nuestros puntos de vista, propuestas, servicios o productos, pero paradójicamente actuamos de forma que conseguimos que se alejen de nosotros emocionalmente, nos rechacen o nos ataquen.
¿Cómo se explica esta contradicción? Porque, si bien nuestra intención consciente es la de que corrijan algún comportamiento, al hablar y actuar, lo hacemos llevados de nuestro estado emocional alterado, desde nuestro disgusto o malestar. Al expresarnos más bien buscamos el desahogo personal que el objetivo de ganarnos al otro o ponerlo a favor de nuestras tesis. Eso ocurre cuando reñimos a nuestra pareja, hijos o a nuestros empleados, por ejemplo.
Sabido es que mediante las palabras e imágenes podemos activar en el cerebro ajeno emociones positivas y conductas positivas y que las emociones positivas van unidas al uso de palabras de contenido positivo ya sean adjetivos o verbos, sobre todo, pero se nos escapan palabras negativas lo mismo que a su vez el estado emocional negativo expresa palabras negativas.
La clave está en el uso de verbos que evocan beneficios o ventajas, como lograr, conquistar, mejorar, progresar, sentirse bien, disfrutar, sanar, satisfacer y otros parecidos.
Si al hablar a los otros o escribir queremos activar en ellos emociones positivas que les muevan a la acción deberíamos elegir palabras de significado o contenido positivo y, aunque no dominemos el lenguaje, lo más probable es que consigamos buenos frutos, tan probable como es que expresando nuestra ira, nuestro malestar, disgusto o nuestro enfado consigamos que el otro se moleste. Esto es lo que la neurociencia nos enseña.
Lo que es aplicable a activar en los demás las emociones lo es para nosotros mismos. Las palabras o imágenes que elijamos, es decir, los pensamientos que cultivemos serán las que evoquen las emociones que están en consonancia. Y como no siempre nos hablamos de forma positiva no podemos pedirnos resultados distintos a lo que no hemos sembrado o cultivado.