¡Qué curiosa casualidad y coincidencia de la vida! Después de dar sepultura a mi querida hermana toda la familia se reunió hace unos días cerca del cementerio para charlar un rato antes de despedirnos y de que cada cual empezase el viaje de vuelta a su destino y en el sobre de azúcar del café pude leer: “Paradojas de las vida: para valorar la presencia es preciso sentir la ausencia”. La ausencia de mi hermana en ese momento era un sentimiento intensamente triste y angustioso. Echaba de menos su presencia. Se había marchado para siempre sin poder coger un billete de vuelta. Ya no estará más junto a nosotros, ella que era tan valiente, trabajadora buena persona y competente, entre otras muchas cualidades.
Es cierto que la ausencia da relieve después a la presencia en los casos en que el ausente era un ser querido y estimado. A veces sirve para sentirse uno culpable de no haber hecho más por expresar el cariño sentido. No es mi caso aunque reconozco que podría haber hecho más. Pero como ya no existe remedio la ausencia debe servir para valorar que uno sigue presente en este mundo y por lo tanto ha de exprimir el jugo de la vida en lo posible antes de partir sin retorno. El caso es que ya lo sabemos, pero la vida se encarga de cuando en cuando de recordarnos eso que es evidente pero que en el trajín del día a día tendemos a olvidar, enredados en los muchos asuntos no siempre trascendentes o importantes de nuestro devenir. Y también puede servir para recordar que aun estamos a tiempo de cambiar si procede. Y también de expresar con palabras y con hechos que el cariño que decimos tener hacia los nuestros es cierto y a ellos les gusta sentirlo y escucharlo.
Necesitamos experimentar el dolor para valorar el alivio, lo malo para valorar lo bueno y para saber que lo adverso forma parte de la vida, aunque nos gustaría que todo fuese bien y sin tropiezos.
En fin que la muerte, que es eterna o para siempre, existe y antes de visitarnos nos conviene exprimir el jugo de la vida, breve vida.