La mente es un ser domesticable, si se trabaja bien y con esfuerzo. Si es cierto, y lo es, que lo que pensemos influye inmediatamente en nuestro estado emocional, somos nosotros los responsables de decidir si aquello que pensamos es bueno o malo, es positivo, neutro o negativo. No podemos decir que somos víctimas frágiles de nuestros pensamientos, que estamos condenados a sufrir los pensamientos que se nos vienen encima y acaparan nuestra atención. No. Los pensamientos, en especial los negativos que son los más dañinos se pueden presentar y se presentan a nuestra atención, pero no estamos condenados a darlos de comer constantemente. Tan pronto como vienen, si queremos vencerlos, es preciso desviar la atención y centrarla en lo que nos conviene, en lo que nos anima y distrae, en lo que estemos haciendo en cada instante.
Un pensamiento es negativo y dañino al mismo tiempo, si le dejamos que se instale en nuestra conciencia por un tiempo. En ese caso nos robará el sueño, si es de noche y el buen ánimo, si es de noche o de día. No podemos consentir esa invasión. Cuanto antes nos demos cuenta de que ese huésped indeseable se ha instalado en nuestra casa y antes lo desviemos, mayor dominio tendremos sobre él. Una forma correcta es centrar nuestra atención en lo que podemos, en nuestras fortalezas. Eso impide que esa, a modo de carcoma, mine nuestra moral.
Somos lo que podemos y esa conciencia debe ser repetida hasta formar un haz de neuronas consistente, que irradie su influencia hacia nuestro estado emocional y por ende hacia nuestro actuar en todos los sentidos. Al enemigo ni agua y el peor enemigo, con mucho, es la negatividad, la contemplación de las sombras, el bañarse en los malos augurios, en recuerdos nefastos y en anticipaciones catastrofistas. Somos lo que podemos y lo que podemos depende de lo grandes que nos pensemos.