Hay dos formas de actuar en nuestra vida: el cortoplacismo o la inmediatez o el medio y largo plazo.
La primera es la que practicamos diariamente desde que nos levantamos. Las instancias y circunstancias, el contexto nos exige tomar decisiones inmediatas y no es posible retrasarlas, aunque no siempre resulten acertadas.
Esta forma constituye probablemente el ochenta por ciento de nuestras decisiones. Pero hay un veinte por ciento de ellas que deben ser tomadas a la luz del largo plazo o de nuestros objetivos que trascienden el día a día, si es que nos los hemos planteado.
Es necesario contextualizar muchas de nuestras decisiones a la luz de lo que queremos de nosotros a medio y largo plazo, a la luz de las metas más lejanas que hayamos diseñado.
Actuar siempre al ritmo de los acontecimientos del momento, del día a día, es imprescindible, pero es necesario dar sentido de la dirección a muchos de nuestros actos y eso se consigue teniendo claro a donde nos dirigimos, qué queremos conseguir y adonde llegar, qué no queremos o donde no queremos desembocar.
La persona que actúa dando sentido a sus actos se siente más orientada, saca más partido a su vida, tiene más control de sus comportamientos y toma decisiones razonables y fundamentadas.
La inmediatitis es inevitable, pero aplicarla a todo o casi todo puede ser catastrófica, provocar el malestar de no saber qué nos ocurre y por qué y no saber a donde vamos.
Quien desee aspirar a tener mayor control de sus actos debe tener claro qué quiere hacer con su vida y qué no quiere hacer. Y ello influye en la correcta toma de decisiones.
El medio y largo plazo reduce nuestra angustia y nos dota de más recursos a utilizar, llegado el momento. Y da más sentido a nuestra vida.
Conviene tener claro que actualmente casi todo favorece la inmediatez y el cortoplacismo. Hay que estar atentos para saber poner las luces largas y elevarse para tener perspectiva. No dejarse abducir y andar con los ojos pegados al cristal o al foco, cual mosquitos en verano.