La respuesta es afirmativa, excepto en lo de “mucho”. Pero conviene matizar. Si por “tragar” entendemos guardarse siempre los sentimientos negativos en lo que se refiere a actuaciones de otros miembros de la familia, de amigos, de vecinos, de colegas o jefes es necesario hacerlo hasta cierto punto, en función de las consecuencias que puedan derivarse de exponer y de decir lo que nos molesta o incomoda.
Si por tragar entendemos cebarnos en pensar en lo que nos hace daño, en dar vueltas y vueltas a nuestro malestar y sus actuaciones o en aguantar y aguantar con tal de que no haya guerra, es de lo más insano y habremos de evitarlo en lo posible.
Si por tragar o aguantar entendemos que hay que callar a veces según el momento y situación, entonces habrá que hacerlo para evitar males mayores o disgustos, pero siempre táctica y diplomáticamente.
Otras veces hay que posicionarse y exponer con claridad y tranquilidad lo que nos disgusta para que el otro sepa a qué atenerse y para dejar claros los límites, no sea que el otro piense que transigimos porque tenemos miedo o somos débiles.
Siempre conviene hacerlo valorando antes bien si va a ser eficaz o nos hará más daño.
No conviene dar señales de debilidad o de acobardamiento, porque eso conduce a que no nos valoren e invadan nuestro personal territorio. Ocurre con frecuencia entre nueras y suegras y viceversa, entre cuñados, entre hermanos, entre colegas y a veces entre amigos y vecinos.
Lo lógico es mantener un equilibrio, inestable por cierto, entre hablar y callarse, entre “tragar” y “vomitar”.
Pero tragar como quien come lo que sabe que le indigesta no debería hacerse.
Hay que hablar o expresarse para no reventar de estrés acumulado pero hacerlo con calma, si es posible.