Querámoslo o no estamos expuestos a cambios ineludibles independientemente de nuestra voluntad. Nuestro hígado cambia cada seis meses completamente, nuestra piel va cambiando y renovándose de forma permanente, así como nuestro cerebro y por supuesto nuestra mente, por poner tan solo unos ejemplos. Pero cuando uno se plantea cambios personales le interesa seguir algunas pautas para que sean factibles. Lo resumo en las cinco Ds. La primera es DESEARLO. Si no lo deseamos, no estaremos dispuestos a pagar el precio del proceso y cuanto más intenso sea el deseo más probabilidad de tener éxito. Viene después DEFINIR. Si no se tiene claro cual es el objetivo perseguido, seremos como un barco sin destino al que le vale cualquier puerto. Debe ser cuanto más definido y concreto mejor y apuntar el plan que vamos a seguir, también concreto, en cuanto a los plazos y la agenda. No vale “voy a portarme bien”. Vale “voy a escuchar más y ser más receptivo con las personas que me importan”. No vale “voy a ser más ordenado”. Vale “voy a ordenar mis horarios de comidas y de sueño, poner las cosas en su sito o cumplir día a día mis compromisos”. Vale “voy a dejar de procrastinar y hacer las cosas o de inmediato o en el dia si es posible” Son ejemplos. Pero no basta tampoco con tener las cosas claras y por ello hay que DECIDIR que ese objetivo lo voy a hacer mío y voy a procurar cumplirlo y aplicarlo. Esa decisión es aún un acto del intelecto, pero aún no es suficiente y se precisa bajar a la arena y aplicar los medios y técnicas pertinentes al caso. Suele servir de ayuda si nuestro plan es dado a conocer a alguna persona o personas, porque ello implica comprometer nuestra palabra. Es duro prometer delante de alguien y luego no cumplir y esa declaración ayuda. El riesgo de quedar mal puede empujarnos, como un elemento de presión, para aplicar lo ya propuesto. Y no digamos, si además estamos dispuestos a pagar un precio proporcionado, caso de incumplimiento. Una vez tomada la decisión en serio entraríamos en la cuarta D, a saber, la DETERMINACIÓN, o lo que es lo mismo la voluntad, cuanto más indómita y prometeica mejor, de ponerse a cumplir el plan establecido desde el mismo comienzo. Como quiera que la voluntad es débil y tendemos por naturaleza a la ley del mínimo esfuerzo y a permanecer en nuestra zona de confort, hay que tenerlo en cuenta para poner nuestra energía al servicio del cambio programado. Se notará enseguida, si va en serio el deseo y la intención o propósito. A medida que damos cada paso la dificultad aumenta por el esfuerzo requerido y en esta cuarta D ya empiezan muchos a fallar por flojedad de nuestra voluntad, la fuerza de voluntad va desescalando según pasamos de fase.
Si hemos dado el cuarto paso, estamos bien encaminados, pero viene después el último y definitivo paso. Es el más importante, porque arrancar, arrancamos todos, a veces con gran ímpetu, pero pasado poco tiempo falla la DISCIPLINA, que es el quinto y último tramo. El más definitivo, en realidad, pues es el que nos garantiza la estabilidad o mejor aún la cronicidad de nuestro cambio. Es aquí donde se genera y consolida el nuevo hábito. Pero es aquí donde el abandono es masivo estadísticamente. No hay más que preguntarnos a nosotros mismos cuantos de los propósitos hechos quedaron culminados con éxito o cuantos abandonamos y quedaremos sorprendidos con nuestro deficiente nivel de DISCIPLINA. El cambio personal, nunca será completo sin el último paso. Puede uno examinar en qué D suele abandonar. Pero algunos no pasan de la primera y se limitan a ir cambiando obligados por las circunstancias, porque no tienen más remedio. Hay dos tipos de cambios, los que nos vienen impuestos y los que voluntariamente establecemos. Los primeros no son intencionados. Los segundos lo son pero hace falta pasar de la mera intención a su culminación pasando por los tramos explicados.
Miguel Silveira