La seguridad y confianza en uno mismo y la aceptación de si est´án en gran medida aseguradas si durante los primeros años de vida la familia, sobre todo, expresa sobre el/la menor su cariño, con palabras, caricias, abrazos, alabanzas y comentarios positivos, que hacen que se sienta amparado, querido, importante y aceptado incondicionalmente. Los padres no deben escatimar tales manifestaciones, incluso cuando ya han crecido, si desean crear buenos cimientos cognitivos y emocionales en sus hijos. También enseñarles a aceptarse como son y ver lo positivo de si mismos, aunque tengan limitaciones o defectos, sin compararlos y compararse con los que están mejor.
Todo ello hay que hacerlo con frecuencia.
La escasez de esos gestos les hará más frágiles y débiles para afrontar los retos de sus vidas, les hará ser celosos, acomplejados, tímidos, indecisos, replegados sobre si mismos y frenados por sus miedos.
Hay que enseñarles también a que sean ellos mismos quienes se fijen en sus puntos fuertes para cobrar conciencia de sus valores y se sientan motivados, evitando con ello que se pasen el tiempo mendigando la atención de los demás y dependiendo de su estima y aprecio que no siempre se recibe, porque los demás están, como es lógico, ocupados en sus asuntos. Porque paradójicamente hay personas valiosas que no tienen conciencia de su valía y eso arruina su confianza.
Frases como “te quiero mucho, muy bien eso que has hecho, estamos muy orgullosos de ti, eres muy importante para nosotros, qué interesante eso que dices, me interesa tu opinión sobre tal cosa”, etc. son más deseables que decir con frecuencia: “estoy harto de ti, no haces más que equivocarte, fíjate en tu primo o prima, eres un desastre, no sabes comportarte, eres un egoísta, no te quiero, me molestas,” etc. Todas esas frases primero vienen del exterior, pero luego se interiorizan el resto de la vida, haciendo sus efectos para bien, o para mal, si son negativas.