Cuando estudiaba GeografÍa recuerdo que al hablar de la erosión de las rocas esta depende de dos factores. Uno, de la intensidad con la que actúan los agentes externos, a saber el agua, el hielo, el viento y otros. Dos, de la resistencia del material que recibe el impacto.
La comparación me sirve perfectamente para explicar la erosión psicológica que sufrimos los seres humanos, que a su vez depende de dos factores: la intensidad con la que actúan los agentes externos, en este caso los contratiempos, adversidades sobrevenidas, las relaciones con nuestros familiares y con otros seres humanos, y las dificultades de todo tipo.
Pero también depende de la resistencia de nuestro carácter, de nuestra mente y de nuestro cuerpo.
En Geografía la resistencia de las rocas depende de factores intrínsecos y de las propiedades de los fragmentos erosivos que las componen.
Todos estamos expuestos al fenómeno de la erosión a lo largo de la vida, pero la clave no está en los factores externos fundamentalmente porque con alta frecuencia no está bajo nuestro control cambiarlos ni eliminarlos.
La clave más próxima está en asegurar nuestra resistencia y resiliencia y esta a su vez depende de nuestro grado de asertividad, inseguridad, baja autoestima, debilidad, de cómo nos tomemos la vida. Cuanto más resolutivos seamos, menor erosión. Cuanto mejor aceptemos la vida, menor erosión. Cuanto más sentido del humor, menor erosión. Cuanto más impermeables, menor erosión. Cuanto más tranquilidad, menor erosión. Cuanta menos preocupación, menor erosión. Y cuanto más claro sentido de la vida, menor erosión. Seguro que hay más factores intrínsecos pero con esta muestra tendríamos asegurada una menor erosión, sin duda alguna.

Finalmente después de la erosión se produce el fenómeno de sedimentación, o acumulación de los efectos de la erosión, también en nuestra vida. Es un proceso ineludible y lento que acaba pasando factura al individuo, tanto mayor cuanta mayor acumulación o sedimentación se haya producido.